Creo que nada es casual. Ni siquiera las cosas más tontas, esas frivolidades sin las que sería imposible estar viva. Esto viene a cuento de mi flequillo. Sí, de mi flequillo. Qué gilipollez, ¿verdad? Pero es que mi flequillo no está ahí por nada, está ahí como mi pequeño homenaje a una gran mujer. Sí, Bettie Page es la culpable de mi peinado y de que de vez en cuando me empeñe en ser morena de bote.
Y no, no es sólo que me gusten sus fotos, sus poses, su sonrisa o su cuerpo, porque… ¿A quién no? Es que creo que la labor de Bettie fue mucho más allá de lo puramente erótico, que también. Ella fue quien se atrevió a cambiar la puritana sexualidad de Estados Unidos allá por los años 50, una etapa en la que las mujeres eran meras madres y esposas. Sin más.
Llegó ella y le echó un pulso a esa moral hipócrita quitándose la ropa, dejándose atar y amordazar para deleite de los amantes del BDSM de antaño y de ahora, para deleite de sí misma. Sin duda, un acto de valentía, de coraje, un “este es mi cuerpo y en él mando yo”. Y, por extensión, un “la mujer es ama y señora de su cuerpo para hacer con él lo que le dé la gana”.
Sus palabras no dejan lugar a dudas: «No trataba de impactar, o ser una pionera. Tampoco trataba de cambiar la sociedad, o ser una adelantada a mi tiempo. Nunca pensé en mi misma como liberadora, y no creo haber hecho algo importante. Fui solamente yo misma. No conocía cualquier otra manera de ser, o cualquier otra manera de vivir».
Yo tampoco, no conozco otra manera de ser más que yo misma. Ni otra manera de peinarme. Gracias, Bettie.