“La primera regla de MurrayMag es que no hay reglas en MurrayMag”. ¡De puta madre! Esto te permite -aprovechando que es domingo y, ya se sabe, los domingos estamos a otras cosas y no al ordenador- escribir sobre algo tan tonto (¿tonto? ¿de verdad?) como el amor. Y, además, confesar esas debilidades que de otro modo no confesarías.
Esto viene a santo de que Antonio y Melanie han anunciado su divorcio. Esto, sumado a lo de Antonio y Merche, hace que ya no pueda una ni creer en el amor. No puedo creer en Dios, no puedo creer en el karma, no puedo creer en el amor. Por eso, hace ya mucho tiempo, decidí creer sólo en los porque sí. Porque sí y ya está.
La de Antonio y Melanie es una de esas historias de amor que llevo dentro. Sí, también tengo historias de amor preferidas. Yo he venido aquí a hablaros de mis historias de amor preferidas.
Antonio y Melanie son o, mejor dicho, eran (y digo eran porque Antonio y Melanie eran Antonio y Melanie, ahora serán otra cosa) una de esas parejas entrañables que llevaban un para siempre tatuado en la frente, además de un corazón con el nombre de Antonio dentro en el brazo de ella. Se querían. Tenían que quererse. Las miradas no engañan. Cuánta ternura. Dónde se ha quedado esa ternura. Por qué ha desaparecido. La historia de Antonio y Melanie me gusta, porque nadie apostaba por ellos y porque lo suyo fue un flechazo. Y los flechazos me pueden. Conocer a alguien, no sé, por ejemplo, a la salida de un metro cualquiera y que a los dos segundos ya sepas que es la persona con la que vas a pasar el resto de tu vida. El amor es eso. Lo demás es una mierda.
Espero que Carlos y Camila no me den nunca un disgusto así. Carlos y Camila, tan odiados. No llego a comprender bien porqué. Sentimientos que duran y perduran a través de los años y las adversidades no puede ser motivo de rechazo. No puede serlo. Son mayoría los que tachan su amor de traición, pero la verdadera traición es la de uno mismo cuando deja de guiarse por sus sentimientos. Y, además, aquella conversación en la que Carlos confesaba a Camila que quería ser su támpax, me puede. Muy Robe Iniesta. Sencillamente brillante. El amor es eso, que quieran ser tu támpax y ya está.
Lo de José y Pilar es otra cosa. José Saramago y Pilar del Río, tan compañeros, tan eternos. Decía José que para él la muerte era dejar de estar donde estaba ella. Todos los relojes de su casa marcaban las cuatro, porque fue a las cuatro de la tarde cuando se conocieron. “Pilar apareció cuando era necesaria. Cuando me era necesaria a mí. Tengo muchas razones para pensar que el gran acontecimiento de mi vida fue haberla conocido”, dice Saramago en el documental ‘José y Pilar’, cuyo cartel adorna el pasillo de mi casa. Cuando se produjo aquel encuentro, él tenía 64 años, ella 36. Quizá por eso una de las dedicatorias de sus novelas reza ‘A Pilar, que todavía no había nacido, y tanto tardó en llegar’. Otra, ‘A Pilar, que no dejó que yo muriera’. La mejor, ‘A Pilar, mi casa’.
Carl también perdió a Ellie, aunque ésta se quedara con él para siempre, como José con Pilar. Carl y Ellie, uno de esos amores que nacen en la infancia y no dejan de crecer hasta la vejez, a pesar, o precisamente por, las adversidades. Carl y Ellie o el triunfo del amor que nace de la diferencia, de la necesidad de completarse, aunque ya seamos personas enteras. Carl y Ellie y esa lección de cine magistral: los cuatro minutos sin diálogos que describen una historia sencilla, los detalles del día a día, la ternura de lo cotidiano, esas manos que te agarran en las alegrías y en las penas durante una vida entera y más allá. Carl y Ellie, quienes todos queremos ser cuando nos enamoramos. Hasta el infinito.