Menudo mes llevamos , ¿eh? Entre las elecciones y el fútbol, menuda chapa de informativos. No hay ya quien hable de otra cosa. Ni la ‘Salchipapa’ nos libra del tostón. Pero, tranquilos, que, una vez más, vengo yo al rescate a contaros cosas interesantes, que os refresquen la mente y os despierten esa faceta curiosa que todos llevamos dentro.
Hoy la ciencia viene con un toquecito de misterio: ¿Información oculta en nuestro ADN? ¿Acaso tenemos una caja B en nuestras células? Bueno, no llega hasta ahí la cosa, pero promete. Y es que un grupo de científicos holandeses han publicado un estudio confirmando experimentalmente que existe una segunda capa de información en nuestro genoma, que ha pasado desapercibida para los científicos durante todos estos años.
Empecemos por el principio, que siempre suele ser una buena opción. Allá por los años de Maricastaña (Mery Chesnut en el mundo anglosajón), en la década de los años 50 del siglo pasado, dos científicos —Watson y Crick— publicaron por primera vez la estructura de la molécula de ADN, la famosa doble hélice. Eso sí, basándose en datos obtenidos por Rosalind Franklin y que, digámoslo así para no herir susceptibilidades, tomaron prestados. Sé que esta afirmación me va a costar algún enfrentamiento troll con algún cuñao científico. Pero me la trae al pairo porque tengo razón, no sé si me explico.
Sigamos. El modelo propuesto por Watson y Crick implicaba que la información contenida en nuestro ADN seguía un código, por el cual según el orden en la secuencia de los cuatro componentes básicos del ADN —llamados nucleótidos—, determina qué proteínas se sintetizan en nuestras células. Una proteína es la molécula que lleva a cabo la función codificada por cada gen. Por ejemplo, una secuencia de nucleótidos determinada produce una proteína que es responsable de que tengamos los ojos de un color específico, y no de otro.
Lo curioso es que los genes responsables del color de nuestros ojos se encuentran en todas y cada una de las células de nuestro cuerpo: desde células de nuestro hígado, pasando por las neuronas, células de la piel… Todas. Obviamente, los genes responsables del color de nuestro iris sólo son activos en las células que componen el iris. ¿Cómo? Pues porque el ADN, que es una molécula lineal que en cada célula tiene una longitud aproximada de dos metros (pregunta de Trivial semanal), se encuentra plegado y enmarañado en el núcleo de nuestras células, y en cada tipo celular este plegamiento es diferente, de modo que sólo unas determinadas zonas son, llamémoslo así, visibles para poder ser leídas y traducidas a proteínas.
Así pues, la manera en la que el ADN se encuentra plegado en cada célula determina que unos genes son visibles, y por tanto funcionales, y otros no. Pero todos están ahí. Esto no era un secreto para los científicos, que sabíamos de este hecho particular desde los años 80. Pero la manera en que se producen esos plegamientos y por qué, seguía sin estar demasiado clara. Conocíamos los mecanismos que influían en ese plegamiento, y que se podía alterar. Y conocíamos cómo se podía alterar.
Es a raíz de este nuevo estudio cuando empezamos a ver la luz. Y es que, siguiendo una aproximación matemática y utilizando como modelo ADN de levaduras, este equipo de científicos de la Universidad de Leiden ha encontrado una serie de patrones estructurales a lo largo de la secuencia de ADN, que sirven de guía para indicar cómo se debe de plegar dicha molécula en cada tipo celular concreto. Es decir, que la secuencia de nucleótidos ya no sólo determina qué tipo de proteínas se sintetizan, sino que también controla, en un segundo nivel de información hasta hoy desconocido, el plegamiento del ADN en cada célula. Repito que, aunque ya se sospechaba que esto podría ser así, es la primera vez que tenemos la evidencia científica que lo prueba.
Este descubrimiento implica, por tanto, que hay más de un modo en que las mutaciones en la secuencia del ADN, provocadas por ejemplo por factores ambientales (ahora que a la Organización Mundial de la Salud le ha dado por generar pánico gratuitamente diciendo que todo produce cáncer), pueden afectar a nuestro genoma: bien cambiando la secuencia de nucleótidos y así afectando a cómo se lee nuestro ADN, o bien alterando las reglas mecánicas que rigen el plegamiento, alterando así qué partes de la secuencia quedan expuestas y se pueden leer y cuales quedan ocultas. Resumiendo: una mutación altera la lectura de una secuencia, y ahora ya tenemos pruebas de que también afecta a su accesibilidad.
¿Cuál es el sentido práctico de todo esto? Pues muy simple: cuanto más sepamos cómo funciona y cómo se controla la información genética, mejor sabremos cómo corregir fallos. Sobran más explicaciones, ¿verdad?
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