El otro día pasé junto a un compañero por el escaparate de tecnología de unos grandes almacenes cercanos a mi trabajo, “mi siguiente capricho, mira cómo se ve el fútbol”. Me hablaba de una TVE OLED de 4K. Sí, amigos, el HD parece ya de la tele de rosca del UHF de cuando éramos niños. Ciertamente, daban un partido de fútbol y se podían ver casi los poros a los jugadores. Tenía tanta resolución que daba repelús. Era tan real que rozaba lo irreal, sencilla paradoja en la medida de que en la vida, para nuestros sentidos, lo perfecto no existe. Durante años he sido socio del Madrid. De viejo Bernabeú, socios de pie y bancos de hormigón; y yo sabía que aquellos pases maravillosos desde la banda derecha los daba Michel porque lo sabía, pero ver el 8 en la espalda de aquella camiseta era un acto tan imposible como ver el 145 en el bus que pasa por mi calle, que sé que es el 145 porque es el único que pasa. ¿Por qué tengo que ver mejor la vida en una pantalla que en la propia vida?, ¿veré mejor un día a mi pareja o a mis propios hijos a través de un display que teniéndolos delante? Nos empeñamos en conseguir una perfección de mentira para satisfacer un deseo inducido, una droga que necesita dosis cada vez mayores.
Trabajo en la industria audiovisual de contenidos y al día siguiente tuve una reunión de trabajo con un cliente de un gran grupo televisivo. Curiosamente, al terminar la reunión terminamos hablando de la velocidad endiablada a la que evoluciona la tecnología y la práctica incapacidad de las grandes corporaciones de adaptarse a la tiranía de la cámara para satisfacer al espectador. El 4K ya está aquí, se comienzan a vender televisores, el usuario final encantado, y en los grandes grupos televisivos no se tienen casi ni ordenadores capaces de trabajar con semejantes tamaños de archivo, y cuando se adapte, saldrá el nuevo formato holográfico, 8K, en 3D o lo que sea, y convivirá con el Windows 95 y un Intel 3 en una redacción de una televisión. Todo esto, realmente, ¿para qué? ¿por qué? Evidentemente para llenar los bolsillos de una industria tecnológica que ya domina nuestras vidas a través de necesidades inducidas.
Hace poco una buena amiga se quedó sin móvil unos días, o al menos sin smartphone, se le rompió, y en los días que pasaron hasta que se hizo con otro, dice que leyó más que en semanas, y con gran placer. Puede que cueste, como un mono, pero si hay algo detrás, el reencuentro tras superar el miedo al desenganche digital, puede ser glorioso.
No voy a entrar en la línea demagógica de lo anti ecológico, absurdo e inútil de acumular kilos de chatarra electrónica, perfectamente útil, en las casas, ni del dineral que supone cambiar de iPhone 5 a 5C, de Galaxy 4 a 5, con la que está cayendo, cada cual, que haga de su capa un sayo; pero sí voy a hablar de valores, y no se me asusten, no de los valores de la curia, ni de profundos valores humanos, sino más bien de virtudes o propiedades como la inteligencia, la capacidad de soñar, de debatir, de imaginar, la sensibilidad. Si bien es cierto que una tablet es una herramienta y lo que cuenta es el contenido, las más de las veces, lo que calma el ansia de usuario es la herramienta en sí, cambiar una por otra, perder horas trasteándola para acabar en los mismos resultados tal vez, o bueno, con una UX de perfección irreal, como comenzábamos. Necesidades inducidas para deseos superfluos en mentes vacías, un soma digital para adormecer un músculo potente que tenemos dentro del cráneo. Nos esforzamos en esculpir cuerpos perfectos, pero no mentes críticas, pensantes, vivas y abiertas, creativas y sensibles. Para mayor gloria de las cuentas de resultados de las empresas tecnológicas nuestros cerebros tienden a ser como los humanos de la peli de Wall-e, versión emocional.
Salid a correr, se dice, al principio cuesta, pero es sano, tu cuerpo te lo agradecerá, adelgazarás, tendrás una preciosa carcasa muscular. Abrid un libro, os digo yo, tal vez a muchos os cueste al principio, muchos no lo consigan, no estaréis más delgados, pero vuestra alma os lo agradecerá. ¿Pornografía frente a erotismo? ¿desnudez frente a insinuación? ¿un Cappa desenfocado? Existe un momento mágico en el que tu imaginación recrea lo que lees en las páginas de un libro, sin pantalla, e incluso viendo a tu alrededor, está dentro de vosotros, amigos, solo hay que despertarlo. Y para los señores creadores del 4K, de las pantallas OLED y los que flipan viendo a Neymar como un videojuego o como si le hubieran pasado por un HDR, les diría que pocos espectáculos hay más bonitos, para un miope como yo, que quitarse las gafas y ver a través de mis 3 dioptrias las luces desenfocadas de Madriz.
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