Resulta imposible elaborar una cronología y un recopilatorio realmente fiable y completo de las veces que nos han meado en la cara desde arriba. La impunidad y descaro con que lo hacen cada día, y no es una forma de hablar, cada día, asusta. Pero asusta más vernos. Vertemos miedo y asco desde el sofá, y eso sólo da pie a que nos sigan tomando el poco pelo que nos debe quedar con la certera sensación de que no va a pasar absolutamente nada, tal y como hasta ahora.
La reciente crisis del ébola no es más que la punta del iceberg de despropósitos que sufrimos a diario. No puedo ponerme a enumerar ahora tramas Gürtel, tarjetas opacas, cuentas Suizas, ‘sé fuerte Luis’ y demás salvajadas con las que se ríen de nosotros como y cuando quieren, porque no acabaría hasta mañana. La sensación ciudadana es de total desamparo. Ustedes no sé, pero yo estoy acojonado. Yo me siento aterrado. Hemos llegado a un punto, como país, como sociedad, en el que los ciudadanos tememos a quienes son responsables de nuestra situación, de nuestra sanidad, nuestra educación, nuestra economía, todos y cada uno de nuestros ámbitos de la vida como conjunto de ciudadanía. Y un pueblo que teme a quien le gobierna es un pueblo muerto por dentro. Sin alma. Negro. Y nos hemos convertido en un manso rebaño que se indigna por un rato, que se moviliza lo justito y que reza por que nos quedemos como estamos. Ya tener un empleo no es garantía de nada. Quien no lo tiene no hay manera de que lo encuentre, y a quien sí lo tiene le comienza a resultar insuficiente, porque en este país todo, absolutamente todo, crece y sube, excepto el salario. Ustedes no sé, pero yo estoy acojonado.
Yo temo a Ana Mato. Temo que la encargada de gestionar una crisis provocada por la decisión de traer al centro de España a dos enfermos portadores de un virus mortal del que no se conoce una cura eficaz sea una mujer bañada en mierda hasta las cejas por la Gürtel. La del confeti. La mujer que no sabía que tenía un Jaguar en su propio garaje. Ustedes no sé, yo estoy acojonado. No temo su ineptitud, temo su maldad. Porque ser más inútil es complicado, pero la malicia no conoce límites. Y no proveer a un centro sanitario de medios eficaces para tratar una enfermedad altamente mortal y prevenir su contagio es de ser rematadamente inepto, pero señalar a la mujer que está muy cerca de la muerte por tratar a quienes ellos eligieron repatriar como única culpable de su propio contagio es malvado, es despiadado y es cobarde. La celeridad con la que se ha ido a culpar a Teresa Romero de su propia desgracia es tan grotesca que verdaderamente parece un mal chiste. La celeridad con la que se ha ido a asesinar al perro de la enfermera sin tan siquiera contemplar cualquier otro tipo de posibilidad sólo denota sadismo, y de nuevo una completa ineptitud. La celeridad con la que se han largado a intentar salvar el culo esta gentuza, por desgracia, ni nos sorprende.
Hemos llegado a un punto en el que no nos sorprenden los escándalos. Técnicamente ya no existen los escándalos en España, porque a nadie escandalizan. La maldad es cotidiana. A mí no me acojona el ébola, me acojona Ana Mato. Me acojona Mariano, me acojona Montoro, me acojona quien gestiona cuando es malvado. Me acojona quien decide qué pasa con mi centro de salud, con mi universidad, con el que será el colegio de mis hijos, me acojona quien decide qué pasa con el vientre de las mujeres, me acojona quien mueve un dinero del que nunca he dispuesto y me acusa de vivir por encima de mis posibilidades, y como castigo congela mi salario, facilita mi despido, encarece mis facturas y me desahucia de mi casa. Me acojona vernos. Me acojona comprobar que, pese a todo, somos juguetes inmóviles. Ansiamos una alternativa, un cambio, y cuando aparece lo llamamos “populista”. Me acojona darme cuenta de que están consiguiendo que nos pudramos por dentro. Me acojona menos morir que me maten, y nos están matando. Nos asesinan lentamente, y no a golpes. Son asesinos de despacho, que se ríen en nuestra cara y nos culpan de todo mal. Son el poder, son los responsables, pero toda culpa es externa a sus fusiles de cuero y cerrojo dorado. A lo mejor soy extremista, a lo mejor estoy exagerando, pero a lo mejor es porque estoy verdaderamente acojonado.