Tú, libertad. Yo, libertinaje

Hace ya dos semanas del horrible atentado contra la redacción de Charlie Hebdo, y por extensión, contra algunos de los más firmes pilares de los valores occidentales, comenzando por el propio país en que se cometieron.

Tras el torrente inicial de reacciones, de declaraciones, de análisis, debates, gestos, manifestaciones y sentimientos, ha pasado el tiempo suficiente para poder comenzar a ordenar, al menos a título individual, todo ese magma que se va formando en la cabeza y en el corazón ante la horrible magnitud de un acto así, y poder ofrecer una reflexión pausada sobre cada una de las connotaciones del desastre. Una opinión meditada, una convicción personal y una toma de posiciones.

Podríamos hablar de causas, efectos, de lobos solitarios, de política internacional, de conspiranoia, de la integración de los musulmanes, del auge xenófobo… De este mundo tan complejo que nos ha tocado vivir, pero quiero centrar esta reflexión en uno de los temas que más ha dado que hablar, la libertad de expresión, y el humor. El humor en sí mismo, como lo que debe ser, un arma liberadora.

Como todos, estas semanas he podido escuchar opiniones para todos los gustos. Pero quisiera rebatir desde aquí, con mi opinión, tan respetable como otra cualquiera, y que yo considero acertada como una cuestión de fe, como un reafirmamiento en mis ideas y valores, algo que me ha molestado sobremanera, el tufillo a que casi se lo merecían. Claro, morir no, es muy fuerte, pero quien juega con fuego se quema, cómo se van a meter con algo como las religiones, claro, algo tan sagrado, tan intocable. Y además de aquella manera, con esa acidez, esa agresividad, no un chiste blandito sobre curas de pueblo. Libertad frente a libertinaje. ¿Dónde están los límites? Y además me queda la sospecha íntima de que en el interior de muchas personas que opinan que Charlie Hebdo se pasó, anida larvada una ligera envidia, por supuesto, indeclarable. Al fin y al cabo, son otros tiempos, otro lugar, no somos bestias, no somos medievales, no es de recibo… Pero hace no demasiados siglos, se quemaba en la hoguera por cualquier palabra que pudiera sonar a blasfemia. Precisamente fue Francia la que hizo una Revolución, LA Revolución, que puso los cimientos para acabar con toda esa barbarie. Y hasta hace no muchas décadas, en España era delito la blasfemia. Delito ridículo en un estado nacionalcatólico en el que los purpurados se sentaban en la Carrera de San Jerónimo y cuyos cimientos socavaban y combatían a diario unos genios armados con lápices desde las trincheras de Hermano Lobo, La Codorniz, o, ya en el tardofranquismo, el Papus. ¿Cómo lo hacían?. Con humor.

La libertad de expresión. Volatire, otro francés, vaya por dios, acuñó aquella frase universal de «no estoy de acuerdo con tus ideas pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlas», fundamento absoluto de lo que entendemos por tal. Como toda libertad, en un mundo si no ya tan civilizado, sí tan complejo como el nuestro, debe tener límites, por supuesto. ¿Dónde acaba tu libertad, dónde comienza la mía? ¿Prevalece el derecho al honor frente a una burla pública? ¿Todos tenemos los mismos derechos, las mismas libertades? ¿Se aplica por igual la ley a todos? ¿Se legisla siguiendo unos criterios de justicia objetiva y sentido común? Esos límites y esas leyes son las que permiten que no terminemos a tiros defendiendo nuestras ideas y a nuestros líderes, que matemos y muramos por un dios, una bandera o un trozo de tierra. Al fin y al cabo, lo que lleva haciendo la humanidad desde que apareció sobre la faz de la Tierra. Son las que permiten que acudamos a un tribunal, pero en el fondo, sigue siendo un tema de vencedores y vencidos, democráticamente, eso sí, se legisla en función del color del que se siente en la poltrona. Eso es así. Y sus votantes son los que creen en ese momento, que su opinión vale más que la del votante vencido. Es humano, así somos.

El humor. El sentido filosófico del humor. Aristóteles mantenía que el humor es la cualidad humana que más nos diferencia de los animales; y el mismísimo Satanás en pluma de Mark Twain decía en El Forastero Misterioso que el humor es la verdadera arma que puede resquebrajar imperios. En la Edad Media los bufones a cambio de hacer reír al rey tenían patente de corso para burlarse de sus debilidades, mofa que a otro cualquiera le costaría, como poco, ir a la tumba. Creo firmemente que uno de los síntomas de una fuerte personalidad y una buena salud mental es el saber reírse de uno mismo, y a lo largo de mi vida he constatado cómo las personas débiles, con poca autoestima y muchos complejos, son las que reaccionan de manera más violenta ante cualquier asomo de burla sobre ellas, y por ende, sobre sus creencias, partido político, equipo de fútbol… Una persona que sepa reírse de sí misma, acepta, tal vez hasta comparte, y, sin duda alguna, contraataca, seguramente con más saña y con más gracia. La otra hiere, golpea, afea, odia y pega tiros. De la inseguridad nace el aferrarse a asideros externos, religiones, por ejemplo, y el odio hacia el ataque a esos asideros.

¿No se debe hacer humor con saña? ¿Humillar? ¿Ofender?… ¿Por qué no? ¿Qué es una ofensa y para quién? Llevo décadas consumiendo revistas de humor satíricas, y tal y como lo veo, al igual que Miguel Hernández escribía aquello de que la poesía es un arma cargada de futuro, el humor es un arma cargada de justicia. El humor convierte en risible lo trágico, devuelve en un espejo deformado las miserias más profundas para herir a los verdugos con la risa de sus víctimas. Portadas de coranes que no paran las balas para estupefacción de los creyentes en sus virtudes sobrenaturales. Portadas de Benedicto XVI practicando sexo anal. ¿Escandaliza, es zafia, bizarra? Sí, directa, seguramente. Pero menos hiriente que el propio sexo anal forzado que han sufrido millones de niños a manos de sacerdotes encubiertos por la curia. ¿Es menos salvaje y sangrante que una viñeta mandar a niños a inmolarse con promesas absurdas en aras de ese Corán que no para balas? Mofa de la monarquía, ¿acaso no son humanos? Es más, ¿acaso no son unos humanos mantenidos con nuestro trabajo y nuestros impuestos en funciones artificiosas? ¿Acaso eso no puede molestarme, herirme, a mí, y a otros tantos millones? ¿Nuestra indignación es menos válida que la suya? Pongo hasta un ejemplo cercano y reciente. La sátira de Facu hablando del PP como si fuera ETA. Acercamiento de sus ya muy numerosos presos, abandono de la lucha armada, léase actividades delictivas. Cosas de la vida, por circunstancias personales tuve una infancia muy marcada por los años de plomo, desgraciadamente, creedme que sé de qué hablo, y sé del sufrimiento que genera en primera persona. También sé muy bien cómo funcionan los entresijos de algunas asociaciones de víctimas. A mí, la sátira de Facu me hizo mucha gracia, y pienso que la indignación no viene de una ofensa a las víctimas, sino de una ofensa al PP. En esto, también hay víctimas de primera y víctimas de segunda, víctimas azules y rojas, y se ha llegado a tachar de vendidos a aquellos familiares que han intentado el tan católico ejercicio del perdón. Es todo un gran contrasentido intrínseco en el ser humano, en su mezquina naturaleza. Un nudo que el humor deshace, allana y expone para escarnio público en el cruce de caminos del lineal de un quiosco.

Y escuchamos la semana pasada soltar, fuera de sí, al Papa Francisco, ese lobo con piel de cordero producto del marketing vaticano, tan majete él para volver a traer ovejas al redil, que acepta a los gays, conduce un coche viejo y declara cosas como «no hace falta ser creyente para ser buena persona» ( muchas gracias, Su Santidad, por pensar que puedo ser un buen tipo y no una especie de depravado retorcido ), unas grandes declaraciones que revelan mucho, “si alguien insulta a mi mamá, puede recibir un puñetazo», y «no se puede insultar a la fe, no se puede, no se puede, no se puede» y unos cuantos no se puede más. Como se les dice a los niños, porque no o porque sí. Sin explicación, no se puede porque es algo muy sagrado, y yo lo sé todo porque soy infalible. Volvemos al comienzo del texto, Charlie Hebdo se lo ha buscado. Pero sin embargo sí se puede, sí se puede y sí se puede, insultarme y ofenderme  a mí, y a millones de personas con declaraciones misóginas, homófobas y retrógradas; y tengo que leer o escuchar cosas como que «en las familias que no están santificadas hay más riesgo de malos tratos y los hijos no reciben el mismo amor». Vamos, si el Papa Francisco no llega a decir que soy mal tipo, además de ser un depravado, tengo bastantes papeletas de soltar una bofetada a mi pareja, y a mis hijos les tengo cierto aprecio, tampoco mucho, eh. Que no hemos pasado ni por vicaría ni por la pila bautismal. Pero esos son mis valores, y está claro que no valen lo mismo, todavía, ante los ojos de esta sociedad. Hay creencias y valores de primera y de segunda, como en todo, siempre ha habido clases. Pero creedme, será mejor reírse, que llorar, siempre.

Fotografía: Ian Sane  ©

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