Yo sólo soy una refugiada, una inmigrante, una estudiante de medicina, una paria…
Soy un número más, una estadística que quiere romper la indiferencia.
No importa cuál es mi nombre, mi religión, mi familia.
No importa de dónde vengo.
Vengo de la guerra, del hambre, de noches de pesadillas, de duelos sin entierros.
Y mi tierra, ¡ay!
La tierra que me ha criado con el aceite de sus olivos, el fruto de sus higueras y la sabiduría de los ojos más ancianos…
Esa tierra, hoy, palidece y se vuelve yerma…
Rota por guerras civiles inventadas.
Empachada de imperialismo y expolio colonialista.
Quebrada y desquebrajados sus derechos humanos.
Mientras duerme la justicia se asesinan nuestros nuevos, mueren nuestras culturas, se apaga nuestra voz, se olvida nuestra memoria.
¿Y por qué duerme nuestra justicia? Porque enferma vuestra humanidad.
Esa humanidad occidental contagiada de desconfianza y cobardía, que se intoxica un poco más cada vez que una lancha llega, si es que llega, a las costas de Lesbos para ser registradas, violadas, invisibilizadas, criminalizadas…
Expulsadas a los nuevos campos de concentración de cualquiera de los estados que dicen ser Europa, a orillas del mediterráneo
España, Italia, Grecia o Turquía… ¡Qué más da!
¡Yo no soy sólo una mujer inmigrante! ¡Soy una mujer como tú!
Soy la voz ahogada de historias vivas que un día, sin saber por qué, sentimos que las bombas, los discursos inventados de los medios de comunicación, las luchas de poder imperialista y el precio del petróleo, nos perseguían para cazarnos como animales.
Y abandonamos nuestros hogares, no recuerdo cuándo fue…
Para venir a parar a este lugar extraño e inhóspito.
Lesbos dicen que se llama.
Un lugar para sobrevivir.
Para plantarnos y hacernos visibles.
Para defender nuestro derecho a existir.
Somos ilusiones y sueños, no salvajes ni criminales.
Somos tu mismo reflejo ahogado en el Meditérraneo.
Somos la justicia universal que quiere ser libre al fin.
Somos tú… No lo olvides nunca.
Fotografía: CAFOD Photo Library ©
