Una segunda oportunidad

Nos hemos dado un tiempo, poco más de un mes, a ver si pensamos, si vuelve la chispa, si nos reconciliamos, si decidimos qué es lo mejor y lo ponemos en práctica. A ver si nos deseamos, si nos lamemos las heridas sin hacer más grande la llaga, y evitamos más sufrimientos a nuestro hijo, el Pueblo, y a nuestra madre, España.

La reconciliación es difícil, el desencanto enorme y la labor titánica. Es una relación compleja, una relación compuesta de 20 millones de relaciones trenzadas con sus circunstancias y pensamientos, con sus experiencias e ilusiones. Comenzamos una relación compleja el 20 de diciembre, rompimos el 3 de mayo, y tenemos que hablar el 26 de junio, para bien o para mal.

Cuando hace ya algunos años comenzaron a tambalearse los cimientos de la vieja política española azotados por las llamas del 15M —aventadas por toneladas de desencanto, de decepción, de amargura, de rabia…— fuimos muchos los que recuperamos unas mariposas en el estómago, una ilusión casi adolescente que nunca vivimos y supusimos que es lo que vivieron generaciones anteriores en la Transición, nuestra santa causa, nuestro pecado y nuestra condena. Muchos nos ilusionamos, pero no terminamos de creérnoslo, aquello era demasiado bueno para que llegase a buen puerto. «Estamos jodidos, pero no desesperados» escribí en estas mismas páginas por esas fechas, sobre el carácter bovino del pueblo español, su devotio hispánica y cÓmo pensaba que realmente no se iba a poder. Poco después, y para gran alegría mía, tuve que desdecirme, o eso pensaba yo, llegaban las municipales y autonómicas y arrasaron las Mareas; las coaliciones de izquierdas, la pluralidad política surgida de la desilusión arrancaba las fachadas de los viejos partidos y el miedo se extendía por sus recovecos.

Pero, ay, llegaron las curvas, la Champions, la hora de la verdad. La hora de ver si esa persona que has conocido, que te ha hecho reír, ilusionarte, llorar de emoción, con la que has pasado noches en vela hablando, con la que has amanecido después de hacer el amor como si no hubiera un mañana y con la que has hecho mil planes, es realmente la persona que estará contigo cuando estés mal, cuando todo no sea tan bonito, que te arrope cada día y se desvele por cada gesto que hagas, que no le importe que engordes, que adelgaces, que tengas mala cara y mil días nublados, la persona que comprenda que una relación, en el fondo, no es ganar ninguna competición, la persona que comprenda que el yo y el tú es el nosotros, y que la vida también es renunciar, y que los planes pasan por hacer números, y que los sacrificios duelen, aunque el resultado sea bonito.

Y no, nadie dio la talla, todos nos miramos el ombligo y pensamos que lo mío es lo mejor para mí, para ti y para nuestra familia. Unos se enrocaron en su castillo de cartón mientras se caían las paredes bajo decenas de casos de corrupción de dimensiones bíblicas, no oigo, no veo y no digo, no pacto, no bajo de mi pedestal, y aplico el refranero y el gracejo castizo que tanto gusta a mis bases cuando me tomo un vermú en la plaza, a río revuelto, ganancia de pescadores. Otros fabricaron una especie de golem guaperas, altruista y desinteresado, todo por la patria, pero comenzando con mi poltrona, chico listo de barrio medio, de instituto público y socialista, espejo en el que podíamos vernos reflejados la gran mayoría de la gente de mi generación, un Ferrari chino de imitación, con mucha forma y poco fondo, disfrazando su ambición de sacrificio. Creo que nunca nadie se lo creyó demasiado, salvo él. Como si de chaval hubiera salido un sábado y tras rozar un culo contase que ha ligado, eso es lo más cerca que estuvo de ser presidente.

Los nuevos partidos; camisas naranjas, el lobo con piel de cordero, el nacionalsindicalismo juvenil de un José Antonio atrayendo a rectas juventudes españolas y a honrados profesionales liberales hartos de corrupción versión 2.0, un salto neoliberal de siete décadas. Y las izquierdas, ¡ay! Las izquierdas, mi gran esperanza, la gran esperanza, la ilusión que se diluyó en tramas, en luchas intestinas en desacuerdos y caciquismos. Se aglutinan, pero no suman. Unos pagan los pecados de otros y el talento y la integridad se disuelven en pos del poder. Tal vez hayan pagado el jugar la Champions su primer año en primera.

Estos cuatro actores principales nos representaban, tenían que dialogar, pactar, hablar… Tratar de restañar las heridas, de recomponer los puentes rotos, para darnos un futuro mejor a su familia, a nosotros, y a su país. Pero no, no lo hicieron. Todos tienen la fórmula mágica, su fórmula mágica, todos son mejores que el otro.

Y aquí estoy, más escéptico, más cínico, con las ilusiones algo resquebrajadas y las esperanzas algo muertas. Agotado de este circo. Agotado emocionalmente, como salido de una relación anodina, entusiasmado tras una relación explosiva, y desfondado tras las curvas que trajo. Ahora tenemos que vernos el 26 de junio. Mis izquierdas me tientan poniéndose guapas con fórmulas que tal vez me hubieran seducido hace meses, y que tal vez hubieran llevado esa relación turbulenta a un final feliz, pero de las que ahora desconfío. Y por primera vez en mi vida, me planteo dar un plantón, no acudir a la cita. Y sé que si lo hago, lo lamentaré. Y sé que lo peligroso es que, como yo, haya cinco millones de esperanzas rotas cayendo en la abulia y el desencanto. Pero es así, señores, y, por esta vez, tal vez la culpa no sea nuestra ni tal vez tengamos lo que nos merecemos.

Fotografía: gaelx  ©

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