Quemar después de leer

La ‘Vijecnica’ de Sarajevo ha reabierto recientemente sus puertas reconvertida en biblioteca y ayuntamiento, después de años de cierre debido a los daños que sufrió durante el asedio de la ciudad durante la última guerra de Bosnia

“Cuando sentimos el olor a ceniza mojada, una parte de mí ardió por dentro”. Las palabras de Izudin aún resuenan en mi corazón cuando rememora la pérdida del símbolo indiscutible de la ciudad de Sarajevo: su biblioteca. Su sentimiento es común entre los habitantes de la capital de Bosnia y Herzegovina. Una ciudad que aún hoy sobrevive a duras pena a los envites de la historia y la naturaleza. Una ciudad en un valle que sólo es recordada en la penumbra de los conflictos y las guerras, pero que a la luz de la historia es encrucijada de acontecimientos que han marcado la Historia del S.XX europeo.

Del Imperio turco a la reciente independencia, pasando por el imperio autrohúngaro y la Yugoslavia de Tito, las huellas de quienes pasaron por la ciudad que es conocida como la ‘Jerusalén de los Balcanes’ se han grabado sobre los adoquines de sus calles tortuosas y empinadas, cuya dificultad de tránsito simboliza los avatares vividos por sus habitantes. Vestigios de la historia que son plenamente visibles hoy en día, desde las mezquitas del barrio de Bascarsija hasta las muescas de los proyectiles de la última guerra. El tiempo siempre se detiene en este valle balcánico, como la noche del 24 al 25 de agosto de 1992.

Aquella noche, las milicias serbias que asediaban la ciudad durante la última guerra de Bosnia comenzaron el ataque con proyectiles de fósforo sobre la biblioteca. Proyectiles con un único objetivo: incendiar la moral de la población asediada. Un símbolo de la cultura que ardía mientras los francotiradores apostados en las laderas y los edificios periféricos abatían a los bomberos y ciudadanos que arriesgaban su vida para salvar lo que podían del desastre.

La periodista Esma Kucukalic, refugiada en España durante el conflicto, rememora la sensación de pérdida que experimentó la ciudad al ver arder la Vijecnica: “atacar la Vijecnica era una forma de atacar el alma de la ciudad. La imagen de las cenizas volando no se borrará fácilmente de la mente de los sarajevitas. Aquí se abrió y se cerró abruptamente la historia del S.XX en Europa”.

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Estos días el mundo recuerda el Aniversario del inicio de la I Guerra Mundial, y no pocos medios de comunicación se han acercado a Sarajevo una vez más. El asesinato del heredero al trono austrohúngaro, Francisco Fernando, el 28 de junio de 1914, a manos del serbio Gavrilo Princip, fue el detonante de una reacción en cadena que sumió al viejo continente en la primera gran Guerra. Sin embargo, es mucho más reciente en la memoria de los sarajevitas el último conflicto de Bosnia, del que aún hoy, el país arrastra graves secuelas en forma de un Gobierno mutilado por los Acuerdos de Paz de Dayton y una división administrativa que perpetúa la división étnica derivada de la guerra.

Desde el final del conflicto en 1995 hasta este año, la imagen de la Vijecnica acantonada en su ruína ha sido una herida abierta en la ciudad. Ocho millones de euros de ayuda internacional han reabierto sus puertas, pero el daño permanece, como recuerda la economista Azra Dzigal, “el ejército serbio no pudo cumplir su gran objetivo de urbicidio y culturicidio de la ciudad, porque estamos reconstruyendo todo de nuevo. Pero cumplió una buena parte de él, porque los libros quemados nunca podrán ser recuperados. Libros que son testigos de nuestra larga historia y cultura. La biblioteca es un símbolo de nuestra resistencia, pero no hay dinero en el mundo para recuperar lo que se perdió.”

Hoy, un paseo por las calles de Sarajevo nos acerca a algunos de los rincones más sugerentes de Europa. A medio camino de oriente y occidente, la capital de Bosnia y Herzegovina ha puesto un ancla en el mar de la Historia, para que podamos contemplar, de primera mano, la belleza de sus calles y sus gentes. Esta imagen no la puede borrar ninguna guerra. Al igual que el recuerdo de la imagen inolvidable del violonchelista Vedran Smajlovic, que, tras la muerte de 22 personas en un ataque al mercado de la ciudad, interpretó durante 22 tardes consecutivas el adagio de Albinoni en las ruinas de la derruida biblioteca. Siempre la biblioteca. Una vez más, el arte se imponía a la barbarie. El ser humano arrancaba de la atrocidad un motivo para la esperanza. Eterna contradicción. Como recuerda Dzigal: “el ser humano sigue siendo tan estúpido como siempre. Destruye para después reconstruir lo que el dinero no puede comprar”.

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Quemar después de leer. Esa es la historia Sarajevo y su Vijecnica. Esa es la historia de Bosnia… y de la Humanidad.

 

bluebird Comunicación
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