Me encuentro pasando unos días de vacaciones familiares en la playa. Típico destino de costa mediterráneo masificado, ejemplo del desarrollo turístico ibérico. Con todo, destino ideal si te mueves con niños, como es mi caso. Y una de las cosas en las que he reparado es en la realidad a pie de calle de la estacionalidad de las estadísticas del paro.
El primer día de estancia en el hotel asistimos al espectáculo de un mago / acróbata / malabarista de unos cincuenta años y su ajada partenaire, no lo hacían nada mal, además, para nada. Y pensaba en su vida, trabajando en verano, recorriendo todo el litoral español, de Huelva a Lloret, con su destartalado baúl y su anticuado vestuario, ofreciendo sus espectáculos a un público compuesto por niños y sus papás, guiris, jubilados … durmiendo en los hoteles en los que actúan, pienso en ello con ternura en su dignidad de cómicos, en su dignidad mientras son objeto de chanza por parte de muchos a la vez que de admiración infantil.
En el buffet pude escuchar la conversación de dos camareros, “menos mal que este año han vuelto a llamar”, “parece que las cosas mejoran”. Y mientras otro camarero hacía gracias a mis peques me contaba que él tiene otros dos de edades parecidas, que están con los abuelos, que es de un pueblo de Burgos y que su mujer está un hotel de Murcia. Pienso en ellos, en cómo nos atienden al desayuno, en la comida y la cena en sus 15 horas de jornada tres meses al año, pienso con cariño y alegría al imaginarme su alivio ante esa llamada, al saber que sus hijos tendrán un año más un plato en la mesa; pero pienso en ello con pena por el país.
Yo trabajo en una agencia de fotografía, en un moderno edificio de oficinas en el corazón financiero de Madrid rodeado de la banca, la innovación, la industria, los medios… se nos puede llenar la boca al mencionar al menos seis o siete grandes empresas españolas que sacan pecho por todo el mundo. Pero mal que nos pese nuestra gran riqueza sigue siendo el sol, y su motor esta horda de temporeros del turismo, camareros, animadores, limpiadoras, socorristas … con jornadas extenuantes y una cotización de mierda para su vejez que ven como su vida pasa entre carteles de platos combinados y cócteles baratos para ingleses que cada año respiran aliviados cuando llega la llamada del hotel de turno a sus hogares de Villaverde, de Hospitalet, de cualquier pueblo de Castilla La Mancha o de cualquier barrio humilde de España. Todo el PIB que generan esas grandes empresas multinacionales no le llega ni a la altura de los zapatos a todo lo que genera el turismo en España. Como país, me duele España, me entristece que realmente no tengamos una industria fuerte, una actividad cultural intensa, una investigación puntera que además genere riqueza, y que el principal motor de nuestra economía siga siendo la paella del chiringuito desde la época de las suecas y el destape.
Pero, desde luego, toda mi admiración y respeto para esos camareros que te ponen el café, te sirven la comida y te recogen la mesa con la mejor sonrisa de la que son capaces. Pensad en ellos de la misma manera cuando disfrutéis de vuestras próximas vacaciones. Se lo merecen.
La imagen que acompaña a este artículo es de El Coleccionista de Instantes ©