¡Que hay prisa! ¡Que hay prisa!

¿Recordáis a aquella mítica abuela del anuncio de la Fabada metiendo prisa para montar con una lata lo que todos creerían una auténtica fabada asturiana? ¿Recordáis aquello de “Abuela, esto está de muerte”? ¿Lo recordáis? Pues eso mismo están haciendo al pueblo español con el tema de la abdicación de Juan Carlos I y la coronación de Felipe VI.

Ni más ni menos. Prisa en toda regla. Prisa para tapar. Prisa para seguir cada uno con lo suyo. Prisa para que no se desmonte nada. Prisa para coronar al heredero. Y si nada lo remedia, el señor Felipe de Borbón será coronado Rey de España el próximo 18 de junio (porque antes no han podido hacerlo) con la complacencia de los dos partidos dinosaurios de este nuestro país: Partido Popular y Partido Socialista Obrero Español.

Felipe. Ese hombre. El protagonista del momento. No sabemos muy bien cuántas veces habremos escuchado estos días que es “la persona más preparada para suceder al Rey”. ¡Faltaría más! ¡Lleva toda la vida con esa única meta! ¡Ninguna más! Y si no se hubiera preparado y fuera el peor sucesor posible daría igual: sería el próximo Rey de España.

Pero volvamos al punto central de esta reflexión: las prisas. Dicen que no son buenas consejeras. Pero los consejeros de los que tienen prisa para tener pronto en el trono a Felipe VI son quizás más interesados con ellos. Suponemos que a los mercados no les interesan los cambios drásticos. No les interesa que el pueblo decida lo que quiere.

¡Y ojo! ¡Que el pueblo podría decidir Monarquía! ¡Que hay ciudadanos monárquicos en este país! Con lo fácil que sería decidirlo entre todos… Es fácil: un referéndum. Eso donde la gente tiene la potestad de elegir lo que quiere para su país, su futuro y el de sus hijos. No es tan complicado.

Pero claro… el voto sólo vale cuando a esos que tienen prisa les conviene. No hace mucho más de una semana, el ciudadano era lo primero. Cuando pasaron las Europeas… vuelta al redil. O eso es lo que pretenden los de las prisas.

Las prisas. Malas consejeras. Pero bien rápido que se tuvieron que llamar Rajoy y Rubalcaba (que todavía no se ha ido) para decir eso de dejarlo todo atado y bien atado.

Yo me imagino algo así:

– ¡Alfredo! ¡Soy Mariano! ¡Sí, Rajoy, Rajoy! ¿Cómo estás?

– Pues aquí vamos. De sucesión. Un follón.

– Pues de eso te quería yo hablar Alfredo. El Rey, que lo deja y abdica en el niño.

– ¡No jodas! ¿Y eso? ¿Tan malo está?

– Un poco de todo Alfredo. Oye, que estaba yo pensando una cosa…

– Dime Mariano, soy todo oídos.

– Pues mira Alfredo, que por qué no arreglamos esto antes de que te vayas.

– ¿Dejar ya a Felipe con el trono bajo el trasero?

– Exacto Alfredo. Lo dejamos todo cerrado en dos semanas y listo. No vaya a ser que la gente quiera decidir.

– Por supuesto Mariano. Así las cosas se quedarían más tranquilas y habría más estabilidad.

– Y decimos que hay que recuperar el espíritu de la transición y esas cosas.

– ¡Joder Mariano! ¡Lo tienes todo pensado! ¡Me apunto!

– Perfecto Alfredo. Sabía que podía contar contigo. En un rato lo anuncio.

– ¡Hecho! ¡Mándame luego un Whatsapp para que encienda la tele!

– ¡Eso dalo por hecho Alfredo! ¡Un abrazo!

– Un abrazo Mariano.

Y si no fue así fue parecida.

Por eso las prisas. Por su chiringuito. Por el miedo a que la gente elija. Porque han visto problemas venir. Por miedo. Porque no saben hacer otra cosa. Por muchas razones.

Por eso tienen prisa. Y lo harán. Y lo coronarán. Y todo seguirá igual.

O no.

Fotografía de Gerd Altmann

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