Mi país, mi democracia

En mi país, cuando era pequeño, me inculcaron el amor a la democracia, a nuestra democracia. En el colegio nos enseñaban la historia reciente de, nos hablaban de los «padres de la Constitución», de la «Transición ejemplar», de cómo el Rey fue una pieza fundamental para defender a los españoles de un golpe de estado, de la separación de poderes y, en definitiva, de lo afortunados y moderados que éramos los españoles por haber sabido gestionar el paso de la dictadura a la democracia hermanándonos y olvidando viejas heridas del pasado.

En mi país, en mi democracia, cuando era adolescente, celebrábamos el Día de la Constitución en el instituto y hacíamos concursos de redacciones que luego leíamos en el salón de actos para el resto de la comunidad educativa. Recuerdo que fui seleccionado con un escrito elogioso sobre aquellos «padres de la Constitución» de los que me habían hablado en el colegio, sobre la figura integradora del Rey, sobre las virtudes de nuestra Carta Magna y, eso sí, ya comenzaba a llamarme la atención que algunos artículos fueran ignorados. Sin embargo, la percepción que tenía de mi país, de mi democracia, era muy positiva. Los españoles, nuestros padres, nuestros abuelos, habían realizado un gran esfuerzo y, con la inestimable ayuda de los políticos de la época, llevaron a cabo un proceso de transición política modélico, ejemplar a los ojos del mundo, del que, por supuesto, me sentía plenamente orgulloso.

En mi país, en mi democracia, ahora que sobrepaso la treintena, sé que han sucedido muchas cosas y, al menos, han podido conocerse algunas de ellas. Por ejemplo, un gobierno utilizó fondos públicos para secuestrar, torturar y asesinar a personas que pudieran ser sospechosas de estar en los círculos del grupo terrorista ETA. No había detenciones oficiales, no había juicios, no había necesidad de pruebas, no había derechos constitucionales, no había derechos humanos. Gente inocente sufrió las consecuencias. Cuando se hizo público, en mi país, en mi democracia, hubo algunas detenciones, algunas sentencias. El presidente de mi país apoyó personalmente a varios condenados por aquel terrorismo de estado. Y en mi país, la democracia siguió su camino.

En mi país, en mi democracia, uno de los dos partidos más importantes ha estado financiándose ilegalmente durante décadas. En mi país, en mi democracia, mientras recortaban el gasto en Sanidad y Educación, mientras millones de españoles copaban las colas del paro y se nos pedía austeridad, el contable del partido que nos gobernaba repartía sobres a sus dirigentes con dinero negro. En sus apuntes aparecía el nombre del actual presidente, entre otros, con sumas monetarias escandalosas. Y ese presidente, mientras el contable se encontraba en prisión, le mandaba mensajes de ánimo, instando a ese criminal a aguantar, a ser fuerte. Pero en mi país, en mi democracia, nadie hasta ahora ha asumido responsabilidad política alguna.

En mi país, en mi democracia, el total de los concejales del partido que gobernaba hasta hace bien poco una de las ciudades más importantes ha sido imputado o, según la nomenclatura actual, investigado, por favorecer intereses particulares, contratos ilegales o malversación de fondos. Como premio, la que fue su alcaldesa ha sido nombrada senadora para evitar poder ser juzgada gracias al aforamiento que la protege.

En mi país, en mi democracia, un gran número de ciudadanos, entre ellos muchísimos ancianos, han sido engañados por sociedades bancarias, quienes han jugado con sus ahorros dejándolos en la quiebra. Uno de esos bancos, fundado por un antiguo ministro de economía, repartía tarjetas con las que algunos de sus altos cargos utilizaban fondos sin límite alguno y de manera fraudulenta. Mientras que miles de personas se quedaban sin los ahorros de su vida, en mi país, en mi democracia, se rescató a las entidades bancarias con dinero público.

En mi país, en mi democracia, dicen que Hacienda somos todos, pero nuestro gobierno ideó una amnistía fiscal gracias a la cual, entre otros, antiguos ministros e incluso familiares de nuestro monarca han pagado menos impuestos a pesar de que lo habían acumulado durante años de modo ilegal. Y es que en mi país, en mi democracia, no todos somos iguales. Existe una familia que por derechos de sangre es diferente. El Rey es inviolable, no puede ser juzgado. Por otro lado, el cuñado del actual Rey se aprovechó de su posición para ganar dinero ilícitamente. Su mujer, es decir, la infanta, también ha sido acusada, pero el Fiscal General del Estado se opone a dicha acusación. Sí, en mi país, el Fiscal General del Estado en este caso parece defender a los acusados, por muy extraño que pueda parecer. Tanto como que el monarca esté cazando elefantes en África mientras nuestro país sufre una de sus crisis económicas más desastrosas de la historia reciente. Pero sí, esto también sucede.

Y es que en mi país, en mi democracia, ocurren muchas cosas: Policías autonómicos dejan tuerta a una mujer con una bola de goma y son exculpados, ministros que se lucran ilegalmente, alcaldes condenados, evasión de impuestos en paraísos fiscales premiados con puestos de altos cargos en consejos de administración, jueces incómodos que son retirados de su profesión o apartados de juicios peligrosos para el poder o sus allegados, medios de comunicación públicos al servicio del Gobierno, cuyos trabajadores protestan por la censura a la que se ven sometidos, ministros de Interior conspirando telefónicamente y utilizando los aparatos del Estado contra posturas políticas divergentes de las suyas, fondos buitre presididos o gestionados por el hijo de un antiguo presidente que se hacen a precio de coste con las viviendas de personas desahuciadas, denuncias de manipulación de votos usando a ancianos con problemas mentales, modificaciones de leyes para endurecer las penas contra aquellos que se manifiestan, partidos que evitan condenar la dictadura, cambios en la Constitución a instancias de organismos externos al país y la ciudadanía, utilización de fondos destinados a los parados para el lucro personal, banquetes de miles de euros o gasto en prostitución y drogas en una de las comunidades autónomas con más problemas de desempleo…

Sí, en mi país, en mi democracia, suceden estas cosas, entre otras. Y yo me acuerdo de cuando era niño, de cuando era adolescente, de cuando en los libros de texto ensalzaban a nuestro país, a nuestra democracia, a la «ejemplaridad de nuestra Transición política». Recuerdo todo aquello, y siento asco. Recuerdo mi escrito en el instituto del día de la Constitución, y siento pena. Pero da igual. En mi país, en mi democracia, seguirán lucrándose, seguirán existiendo desigualdades, y a aquellos que alzamos la voz, nos seguirán llamando radicales, antisistema o, incluso, algunos no tendrán reparo en llamarnos terroristas o cercanos al terrorismo.

En mi país, en mi democracia, hoy se celebran elecciones. Millones de ciudadanos con distinta ideología acudirán a las urnas a expresar su apoyo a unos y otros. Por mi parte, sólo tengo clara una cosa: sea cual sea el resultado, éste demostrará el país que tenemos, la democracia que merecemos.

Fotografía: S. Robles ©

bluebird Comunicación
bluebird Comunicación
bluebird Comunicación
bluebird Comunicación

Dejar respuesta

Please enter your comment!
Please enter your name here

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.