La tarde ya había caído. Sarajevo yacía yermo y desfigurado. Imperaba una paz inquietante. De pronto, apareció uno de esos pájaros metálicos que ese día sobrevolaba la ciudad. La bomba que presuntamente estaba destinada a uno de los objetos militares cayó directa en la calle Konak. El centenario castaño del patio interior de la Gran Mezquita, plantado en tiempos de Topal Osman Pasa, gimió como un gigante segado y se apoyó sobre las bajas arcadas del pórtico que, frágiles, comenzaron a romperse. En ese instante soltó su lametazo la serpiente llameante y comenzó a trepar por las columnas de la biblioteca de Gazi Husrev Beg.
Estas letras se escribieron en el año 1941 y pertenecen al escritor y periodista bosnio Resad Kadic quién nunca llegaría a imaginarse que, 50 años después, servirían a la perfección para describir el terrible destino que viviría la Biblioteca Nacional de Bosnia y Herzegovina.
Kadic relataba en su texto la verídica historia del padre franciscano Peruan, quien salvó de las llamas el que es hoy el centro de sabiduría más antiguo de Europa Oriental y Central, pues lleva funcionando ininterrumpidamente como biblioteca nada menos que 480 años. El padre Peruan —por aquel entonces vecino de la Mezquita donde se alojaba temporalmente el fondo bibliográfico— reunió el valor suficiente tras el bombardeo descrito para asomarse al balcón. Se encontró de bruces con una tragedia anunciada. Se apresuró hasta la central de los bomberos pero le dijeron que tenían órdenes de atender sólo las urgencias… Y unos viejos libros no lo eran. Al ver que nadie venía a socorrer los valiosos tesoros corrió hasta el languideciente palacio, con poca autoridad ya para imponer ni pedir ayuda, pero ahí tampoco halló a nadie, así que se hizo pasar por la autoridad real para urgir de nuevo a los bomberos para que evitasen lo que habría sido un memoricidio.
Esta anécdota sirve de ejemplo de la multiculturalidad que imperó en Sarajevo desde su concepción, pero también retrata su convulsa historia plagada de guerras, inundaciones, catástrofes y superaciones de las mismas. Esa ha sido también la suerte que ha corrido la Biblioteca Gazi Husrev Beg, pues jamás se libró de ninguno de los golpes que le dio el destino a la ciudad que la acuna —desde los estragos de Eugenio de Saboya, pasando por riadas, pestes, dos intentos de incendio en las dos guerras mundiales, hasta uno tercero diseñado por el pérfido plan de Karadzic por borrar cualquier rastro de memoria colectiva que registrasen los libros—, aunque, misteriosamente, y a diferencia de su hermana Vijecnica, siempre logró salvarse de la quema.
Al contrario de lo que era de esperar, el hecho de que nunca tuviera un hogar determinado ha sido su mejor amuleto. En los últimos 150 años ha estado dando tumbos de una institución a otra que, siempre consciente del valor del equipaje de su huésped temporal, nunca acabó de tasarlo y, aún siendo así, la colección no dejaba de crecer conforme iban desapareciendo las viejas mezquitas, madrasas o zawyas cuyos libros los heredaba la Biblioteca Gazi Husrev Geb.
El precio histórico de sus incunables es difícil de cuantificar, más aún cuando es la única biblioteca que hoy puede dar fe de la historia islámica no sólo en los Balcanes sino de toda Europa Oriental, puesto que su fondo lo componen obras milenarias de El Cairo, Bagdad, Meca, Medina, Damasco, Estambul, pero también de los autores regionales.
En su catálogo de más de 100.000 obras se encuentra el texto ‘Ihya Ulum al Din’ (‘El renacer de las ciencias islámicas’) del año 1.106, escrita por el filósofo musulmán Muhamed Al Gazali, una obra 300 años más antigua que la ‘Declaración de Kulin Ban’, con la que comienza a datar el concepto de nación de Bosnia y Herzegovina. Manuscritos sobre medicina, filosofía, historia… Coranes, desde formatos gigantes a miniaturas, que hoy son una joya para cualquier restaurador porque 300 de ellos se escribieron a mano hace 1.500 años.
El director de la institución, Osman Lavic, explica para Murray Magazine lo que significa que la biblioteca haya sobrevivido casi cinco siglos: «Estos libros son la historia de un pueblo. Durante décadas, esta biblioteca fue el único centro donde se publicaban, estudiaban y restauraban obras islámicas pero más tarde, durante el periodo austrohúngaro, el fondo comenzó a albergar publicaciones periódicas, tesis doctorales, ejemplares de literatura nacional, así que tras la quema de Vijecnica, sus ejemplares tienen un valor fundamental para la memoria colectiva de esta región», explica.
La biblioteca hoy tiene, al fin, su casa: Un espectacular centro construido tras la guerra con fondos extranjeros. Sus cuidadores saben que no pueden bajar la guardia. A pesar de que su catálogo es sublime, después del último conflicto sólo el cinco por ciento de los manuscritos ha sobrevivido. En la actualidad está completamente microfilmado y disgregado en diferentes partes del mundo porque, como nos dicen en la Biblioteca, saben que la historia se repite, y que si el pájaro de acero vuelve a sobrevolar su tejado, quizá en esa ocasión no haya un buen samaritano en las proximidades para impedir el memoricidio.
Fotografía principal: Wikimedia Commons ©
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