Fue el verano pasado cuando, cada día, los informativos nos ofrecían imágenes de las miles y miles de personas desplazadas por la guerra en Siria. Personas que, a veces, morían en el Mediterráneo intentando salvar la vida llegando a las costas europeas. Algunos eran niños. Como Aylan, cuya imagen muerto en una playa de Turquía nos removió a todos las entrañas el 2 de septiembre de 2015.
Ha pasado el tiempo y la situación no ha mejorado. Todo lo contrario. Ya ni siquiera les dedicamos un mísero trending topic y los medios de comunicación tienen otros asuntos a los que dedicarse. Mientras tanto, más de 3.000 inmigrantes y refugiados han muerto en el Mediterráneo desde principios de año, la cifra más alta desde que empezó la crisis de refugiados en Europa hace cuatro años, según datos que maneja la Organización Internacional para las Migraciones.
No hace falta mirar muy lejos para buscar culpables, porque nuestras memorias son frágiles y nuestras hipocresías gigantes. Provocan que ellos, nuestros hermanos ya no tengan futuro ni presente, que el otro lado del mundo no sea más que un siniestro cementerio.
Por eso, celebramos al ser que, con pequeños grandes gestos, nos demuestra que estamos a tiempo de volver a ser humanos. Personas como Laura y Jesús, como Ángela y Emiliano, o como Ángela F. Ayensa, cuya iniciativa artística y solidaria —tras intentar que se materializase en un precioso libro necesario, crowdfunding mediante, sin éxito (aunque todo se andará)— puede ahora conseguirse en su página web.
‘Nameless’ reúne los retratos ilustrados de 15 niños refugiados de guerra y los diálogos que la artista mantiene con ellos intentando que abandonen su anonimato y vuelvan a ser pequeños indefensos que necesitan nuestra ayuda y todo nuestro cariño.
Tal y como explica la propia Ángela en el prólogo de la obra, de los millones de seres humanos desplazados, más de la mitad son niños. De los miles de imágenes de algunos de esos niños que se publican, tan sólo unas pocas van acompañadas de sus nombres, edades y algún que otro dato. Y cuanto más impersonal sea el tratamiento de la noticia, menos nos conmueven.
Por eso, se gestó ‘Nameless’, porque «necesitaba saber quiénes eran. Miraba las fotos y les preguntaba ¿cómo te llamas, cariño?, ¿de dónde vienes?, ¿qué te ha pasado?», continúa. Su «anónima existencia» le provocaba una profunda tristeza. Y les puso un nombre, una cara, una historia… Con un resultado tan hermoso como necesario.
«Les puse nombre, no será el suyo porque lo ignoro, pero he elegido nombres árabes cuyo significado contrarresta la problemática que están viviendo», cuenta la artista. Por ejemplo, Amal, que significa esperanza; Bushra, buena noticia; Salmah, paz, tranquilidad y estar a salvo de todo…
En el momento de crear esta versión digital del álbum, hay 75 personas implicadas buscando un patrocinador o patrocinadores que hagan realidad la publicación de los ejemplares impresos. Y, por supuesto, los beneficios generados por su venta serán entregados a ACNUR.
Todas las imágenes que acompañan a este artículo pertenecen a ‘Nameless’ ©