Nación Prozac

Si eres mujer, estás jodida. Si eres negro, estás olvidado. Si eres pensionista, no existes. Si eres niño, olvídate. Si te pones capucha en la manifestación, eres un antisistema. Si estás loco, eres peligroso.

Cada cual que tome su descripción, cada cual que marque su X , y vea lo que se le viene encima. Lo peor del asunto, es que si miramos todas las X, ninguna ha sido elegida, excepto una: esa de ponerse la capucha. Ahora en verano, parece que no está muy de moda, así que cambiaremos algodón por mimbre en la cabeza, cambiaremos las capuchas por las gorras fresquitas. El resto de las X, parece que (para algunos) tienen algo malo (o eso nos quieren hacer creer), aunque eso de la mujer, el loco (o la loca) o el negro (o la negra) sólo molesta a algunos , mientras que el resto lo vivimos con su absoluta normalidad. A veces, parte de nuestra identidad se convierte en un problema al que, de alguna manera, tenemos que sobrevivir (sobrevivirnos, mejor dicho). A veces, recurrimos a remedios de los de siempre, otras veces preferimos acudir al médico y “a ver que nos cuentan”. El auge de los antidepresivos, los ansiolíticos, y su relación con la crisis, el desolador momento que vivimos, y la idiotización que pretenden de nosotros. ¿Estar deprimido por haber perdido el trabajo? ¿Tener ansiedad porque no llegas a final de mes?

Vivimos en un tiempo en el que abrir comedores escolares para dar de comer a unos niños, puede dar una “mala imagen de la ciudad”. Vivimos en esa inercia, en el que estas declaraciones se viven con desprecio absoluto y con una impunidad aún mayor. Vivimos en esta realidad, en la que para cruzar una frontera, te juegas el tipo, mueres y con ¿suerte? acabas en un CIE. Vivimos en un mundo donde la víctima es el culpable y el verdugo es el invadido, donde hemos olvidado de dónde hemos venido y donde la empatía (desde arriba) ha muerto (¿alguna vez existió?). Curiosamente, me parece que somos mucho más normales que aquellos que intentan patologizar nuestra angustia. Curiosamente, a los mismos que hacen incrementar las listas de espera, que despiden a profesionales, o que los contratan precariamente (contratos de dos días en centros de atención primaria), que ponen vallas, que perpetúan prejuicios, que excluyen y no respetan la diversidad, les haría falta una buena pastilla que les hiciera ver la realidad que nos hacen sufrir.

La ilustración que acompaña a este artículo es de Raquel G. Ibáñez.

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