Ayer por la tarde vi una de esas películas que llevaba años dejando “para otro día”, ‘Las hermanas de la Magdalena’. Pero en este artículo no hablaré de cine, porque todavía tengo las entrañas revueltas y el asco rezumándome por los poros de la piel. En los último días he escuchado y leído sobre la supuesta superioridad moral de Occidente hasta la naúsea. ¿Pero de verdad es tal?
En los asilos irlandeses de las Magdalenas se recluía, en contra de su voluntad, y gracias al poder de la Iglesia Católica, a prostitutas, madres solteras, muchachas consideradas “promiscuas” o “coquetas”, chicas violadas, porque, ya se sabe, la culpa es nuestra que decimos no cuando querermos decir sí. Y así hasta 30.000 mujeres que hicieron penitencia por nada, en una suerte de prisión, donde los malos tratos físicos y psicológicos y los abusos sexuales eran el pan de cada día, mientras las órdenes religiosas, Dios mediante, ganaban dinero a su costa en una deleznable doble moral tan propia de “los siervos del Señor”.
Las mujeres eran internadas en estas instituciones por solicitud de sus familiares o de sacerdotes. Y allí permanecían hasta que un miembro de su familia las reclamase. Si eso no sucedía, morían allí, algunas después de tomar votos religiosos, la manera más sencilla de escapar de la barbarie.
No fue hasta 1993 cuando la sociedad irlandesa tomó conciencia de la brutalidad de estos centros cuando una orden de las hermanas de Dublín vendieron parte de su convento. Al comenzar la obra, se encontraron las tumbas de 155 internas que habían sido enterradas allí. Los cadáveres fueron exhumados y vueltos a sepultar en una fosa común del cementerio de Glasvenin. El escándalo público fue inmediato, pero ya era demasiado tarde…
¿Cuántas vidas y dignidades se quedaron por el camino? ¿Cuántas mujeres sufrieron la sinrazón por el mero hecho de ser mujeres? Por eso, me niego a pensar que somos moralmente superiores. No lo somos. La última lavandería de las Magdalenas cerró en el año 1996. Y eso no es pasado, es presente. Y eso pasó en el seno de una Iglesia Católica que sigue marcando nuestra hoja de ruta. Una Iglesia Católica todavía defendida por demasiados. Una Iglesia Católica que tiene todo mi desprecio.