El líder de UP-IU es como ese hombre con el que sabes que un día querrás casarte, pero con el que ahora no quieres nada porque estás en tu etapa loca. Y clá, luego será tarde.
Alberto Garzón es, según el último CIS, el líder político mejor valorado por los españoles —con un 4,68 sobre 10—. Y, aun así, su formación apenas llega al 3,7% en intención de voto. Al conocer estos datos, el líder de UP-IU ha mentado a Julio Anguita y a Adolfo Suárez con aquello de «Quiéranme menos y vótenme más».
Porque sí, reconozcámoslo: estamos tratando a Garzón como a ese hombre con el que algún día nos gustaría casarnos pero con el que ahora no queremos nada porque estamos en una etapa de la vida algo complicada, loca, de desfogue. Un “te quiero, pero como amigo” de libro.
Y tú, votante de izquierdas, que al principio no te das cuenta de sus sentimientos, después de que te hayan estado comiendo la oreja con el voto útil, le cuentas que has pensado en salir con un tal Pedro que te está empezando a gustar. Algo. Un poco. Una pizquita. Que se le ve un tipo algo clásico pero también simpático, atlético y muy socialdemócrata, de estos arreglaos pero informales.
Pero el romance con tu príncipe azul termina antes de empezar. Poco a poco te das cuenta de que Pedro y tú tenéis muy poco en común y de que, además, de vez en cuando hace cosas extrañas: nunca puede quedar, está todo el día pegado al móvil, dice que ha quedado para no sé qué de votar a favor de la modificación del 135 de la Constitución… Y luego viene con cara de culpabilidad y te dice que lo siente mucho, que ha hecho algo horrible, pero que si formalizáis la relación no volverá a pasar e incluso derogará aquello. Todo esto sin dejar de repetir que va muy en serio contigo.
El caso es que a ti eso te suena a cuento chino, así que te desengañas y pasas olímpicamente de él. Y cuando había una remota posibilidad de que mirases a Alberto con buenos ojos, llega un chico nuevo a la ciudad: Pablo. Te llama la atención enseguida porque le ves ese atractivo tan canalla, tan de Vallekas, tan de arrancarse por Krahe en cuanto le dan una guitarra, tan de increpar con un «¡sois casta!» al primero que pilla. Tú, que no eres fácil, intentas resistirte a sus encantos; pero un día se acerca y te susurra al oído un «yo asaltaré cielos por ti, sólo tienes que avisar» al ritmo de Love of Lesbian, y clá, explota explota me expló.
Y Alberto, que creció en el 15M y que llevaba ya tiempo hablando de «voluntad popular» y clamando contra los corruptos y la monarquía —qué tonta diferenciación— antes que Pablo, no se puede creer que te vayas con él y le dejes abandonado a su suerte en la friend zone. Pero pronto piensa, con su habitual falta de maldad, que el chaval algo tendrá para que le hayas elegido, así que empieza a irse con él de cañas. Ya se sabe, si no puedes con él…
Aquí es cuando Pablo saca ese carácter fuertecito y empieza a decirle a Alberto que se vaya con él y deje a sus amigos de siempre, que son carcas y poco de fiar. Alberto insiste en que lo que pasa es que son todos muy distintos, pero que en la diversidad y en la confluencia está el gusto.
Y claro, ves a Alberto tan distraído en resolver los problemas con sus colegas, sin demostrarte mucho en aquellos días, que al final lo intentas con Pablo. Y al principio bien: te habla de rescatar personas, de la importancia de los derechos sociales y de cómo combatir a los malos malísimos de los mercados. Incluso te promete una renta básica por el mero hecho de ser persona, una ida de olla bastante considerable que, seamos sinceros, no te tomas muy en serio. A veces te cuentan, y él reconoce a ratos, que hace tiempo se juntaba con malas compañías, pero bueno, todo el mundo tiene sus cosas y, ay, lo que le gusta hablar a la gente.
Y sí, por fin llega el momento que tanto habías deseado…Te mira, te besa, te baja el tirante… Qué emoción, qué excitante, qué… Qué decepción. Resulta que cuando empezáis a hacerlo te das cuenta de que tiene una extraña obsesión por que os pongáis frente al espejo. Y dices tú «oye, pues el muchacho tendrá sus fetiches» —sí, a veces, cuando estás concentrada en el arte amatorio te sale esa voz profundamente castellana tan analítica y rural a partes iguales—. Lo malo es cuando descubres que no es para verte disfrutar o veros disfrutar los dos. Es porque, ay, lo que disfruta mirándose a sí mismo. Todo el rato. Oh sí, le encanta, se encanta. Demasiado. Y no sólo eso, sino que ha llegado a tu casa con actitud de dueño y señor que no hay quien lo aguante. Que si déjame las llaves que conduzco yo, que si trae el mando que esto no me gusta, que si no te pongas ahí que este sillón es mío. Y ni un qué tal el día cuando llegas a casa.
Así que, con tu bajón a cuestas, acabas desencantada con la vida y te prometes una etapa de descansar en eso de elegir entre unos y otros hasta dentro de un tiempo, échale unos cuatro años. Y quizás entonces sea tarde para Garzón… O no. Quien sabe: el amor viene cuando viene y unas nuevas elecciones, cuando menos te lo esperas.
Epílogo: Este artículo está ficcionado al 101%. No tiene nadita que ver con la realidad. Cómo me iba yo a llegar a imaginar a los candidatos a la presidencia del gobierno como pareja o en la cama, por favor. Eso no lo hace ni la más perversa de las mentes.
Fotografía: Macarena Fernández Gargaglione ©