Sigo sin entender cómo hay ideas que, aun siendo tan claramente falsas, se han expandido tanto. Supongo que tendrá que ver con esa extraña necesidad de creer que muchos tienen, mezclada con un proceso de amnesia galopante que hace que se vayan olvidando las razones por las que, hace relativamente poco, dábamos por seguro que eran mentira.
Y esto es aplicable a multitud de ideas, pero más aun a aquellas que cuentan con un entramado tejido por años de dedicación.
Recuerdo bien un profesor que, durante mi época de instituto, me abrió los ojos a una realidad que había pasado por delante de mis narices sin ser consciente de ella debido mi desconocimiento histórico.
Supongo que este profesor tenía un mal día, quien sabe si porque le habían endosado alguna multa de tráfico aquella mañana viniendo a trabajar o porque había pasado el fin de semana hablando con sus padres sobre historias de antaño, pero la verdad es que nos dejó a unos cuantos boquiabiertos cuando, hablando sobre la Guardia Civil, comentó con voz firme que eran «el ejército privado de los señoritos». ¡Toma ya!
Yo, en esa época, tenía poca idea de lo que ocurría en el mundo y me quedé ojiplático con una afirmación tan tajante. De hecho, había escuchado comentarios principalmente positivos sobre los civiles o historias del miedo que le tenían los malhechores.
Lamentablemente, no tardé demasiado en descubrir que, en aquel mundo en blanco y negro, yo iba a pertenecer al bando de los malhechores mucho más que a los que dan tan buena nota en las encuestas a los del tricornio.
Pa’ tu casa en calentito
Tú y yo compartimos, seguramente ahora mismo, dos pasiones que se disfrutan con el culo pegado al asiento sin ningún tipo de problema: leer y escuchar música. Y seguramente estarás conmigo si te digo que me cuesta mucho trabajo levantar el trasero del sillón si estoy haciendo algo tan banal como empaparme de una novela o paladeando un disco. Para que un servidor se levante, tiene que haber algo muy importante a lo que acudir; una fuerza muy mayor.
¿No se está mejor repatingado, con los cascos puestos y el libro entre las piernas, que subido a una verja?
¿Y qué pintas tú en una verja, dirás? Pues yo nada, al menos por ahora, pero me parece a mí que sí que pintaba, y bastante, un migrante llamado Danny.
Es ese Danny al que hemos podido ver estos días subido a la verja de la frontera hispano-marroquí de Melilla y que ha servido de piñata a uno de esos guardia civiles de los que hablaba antes, de esos que tan buena prensa han llegado a tener a base de repetirnos que nos protegen y que hacen trabajos humanitarios. Pueden ver el video aquí.
Supongo, entonces, que lo que Danny hacía encima de la verja que separa ambos países de manera aleatoria, era tomarse un descanso entre un disco y el siguiente. Habría salido a hacer turismo para estirar las piernas, claro.
Y, por supuesto, lo que hace el agente de la Guardia Civil es juguetear con él al «que te pillo» y hacerle cosquillitas con su porra (y me niego conscientemente a llamarlas defensas).
Y el truhán de Danny va y se queda dormidito en medio del juego, claro. Por eso los amiguitos del de verde lo agarran y lo devuelven a casa (bueno, aunque su casa esté a tomar por culo de lejos) rápidamente, para que no se despierte. Que descanse, claro, que para eso la Guardia Civil vela por nuestro bienestar. Por que Danny también es de los nuestros, ¿no?
Aunque, claro, si Danny no es de los nuestros, lo mismo resulta que lo que está haciendo es intentar saltar la valla para buscarse las habichuelas (y mira que me cuesta a mí salir de casa, con lo a gustito que estoy) poniendo en peligro su propia vida.
Y, entonces, puede que la intención del señor de verde y casco de matón sea dar salida a sus instintos agresivos más básicos y presuponer que su razón individual le otorga el derecho a usar la fuerza (del orden) contra otro humano.
Y puede que, ahora que lo pienso, los amiguitos que lo ayudan para devolverlo sin conocimiento (quien sabe si vivo o no, pero a quién le importa, que para eso es negro) a Marruecos lo que estén haciendo es incurrir en una ilegalidad flagrante al saltarse a la torera convenios, legislaciones y tratados haciendo lo que se denomina una devolución en caliente. ¡Y vaya si en caliente! ¿Has visto la paliza?
Ahora que veo el video de nuevo, esta segunda serie de hipótesis me parece más sensata y me recuerda aquel chiste que contaba de pequeño sin entenderlo muy bien. Ese de dos extraterrestres que se encuentran un tricornio y uno de ellos se lo pone. El otro le pregunta que qué es esa cosa y el primero le contesta que no lo sabe, pero que le estaba entrando unas ganas de darle un buen par de hostias…
Parece que me ha hecho falta mucho tiempo e información para entender el chiste. Un chiste que, tras ver el video, no tiene ni puta gracia.
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Como soy un demostrado admirador de la música instrumental y pienso que la necesidad de las voces está, en ocasiones, sobrevalorada, esta semana vuelvo con un grupo de italianos (concretamente de Údine) que profesan un stoner-rock pesado y de alto octanaje y que, armados con guitarra, batería y bajo, se convierten en una apisonadora que se disfruta con cada nueva escucha un poco más.
Y, aunque tienen un nombre muy punk (Cerdos Prehistóricos), saben lo que hacen y demuestran maestría técnica además de potencia.
Muy al contrario de estos otros cerdos prehistóricos, los que no usan la guitarra ni las baquetas, sino la porra y el instinto asesino que se refugia tras el «la orden viene de arriba».
Faltan muchos siglos de evolución para que estos cerdos prehistóricos desarrollen un cerebro compasivo y una razón que englobe a todos los humanos en el mismo grupo de derecho.
Mientras tanto, propongo ser los generadores de agujeros de gusanos y hacerlos pasar por ellos para que la evolución sea más rápida y casos como el de Danny no vuelvan a suceder.
Propongo empezar por ir llamando a las cosas por su nombre, dejar de escudarnos en el miedo y no creernos más eso de que «nos protegen».
Estoy con mi profe de instituto. Protegen a las manos de los que les dan de comer y esos, ya ha quedado más que demostrado, poco o nada tienen que ver con nosotros.
Yo estoy en el otro lado de la verja, en aquel que se encuentren Danny y los suyos. ¿En cuál estás tú?