Esta #discoexcusa tiene, por fuerza, un indistinguible aroma a viejo y poco añorado conocido.
La escribo desde el hospital mientras aguardo que me venza el sueño. Esta noche me toca a mi quedarme a acompañar a mi abuelo, que lleva una semana ingresado.
Para mí es muy importante estar aquí, ocurra lo que ocurra, porque tengo la sensación constante de que un referente fundamental de mi educación emocional me necesita. Y porque, por supuesto, mi abuelo es parte de mi historia y, por extensión, fruto del alambique de 92 años de vida (por cierto, hoy es su cumpleaños).
Estamos pasando las horas hablando de las cosas que recuerda, que son muchas, y de todas las dificultades que ha tenido que ir superando, desde las desgracias familiares hasta la guerra y todo lo que la acompañó después.
Hace años, cuando mi abuelo aún hablaba perfectamente, tenía que hacer frente a mis idas y venidas, a mis parejas, a mis enfados, a mis gustos raros, al no querer darle nietos, al no querer casarme, a mi etapa budista, a mi vegetarianismo, a mis pintas, a mis depresiones… Y lo hacía con una frase que constituyó un ladrillo más en mi construcción como persona. Siempre me decía que él no entendía mis cosas, mi tiempo, pero que lo aceptaba porque a él ya no le tocaba entenderlo, porque su tiempo era otro y este era el mío, mi responsabilidad y mi propia locura. Igual que él tuvo que afrontar su responsabilidad y su propia locura de época.
Con 92 años recién cumplidos, seguro que tiene que estar alucinando con este nuevo giro del eterno retorno que estamos viviendo.
Polillas y vintage
En este tiempo de vuelta de la barba, las camisas de leñador y el vinilo, ya hay quien se encarga de recordarnos que eso de que cualquier tiempo pasado fue mejor tiene un corolario que implica que cualquier tiempo pasado fue mejor… Para algunos.
Gracias a los que arruinaron Telemadrid, la televisión pública se despoja de ropajes modernos y vuelve a ser lo que casi siempre ha sido; el NO-DO.
Gracias a los ministros del opus y a las ministras con mantilla, se sangra a la sanidad pública y se destinan los euros a mantener curas y subvencionar a los creyentes del hombre del espacio (Revista Mongolia dixit). Supongo que con la secreta esperanza de que a Rajoy lo saquen a pasear bajo palio, como hacían con su mentor.
Gracias a los gestores que anotan en su currículum, en el apartado de hobbies, el de ir de montería, los parques naturales vuelven a ser coto privado de caza para los señoritos de puesto fijo y lacayos levantándoles las perdices y los ciervos.
Gracias a los que tienen en sus manos los planes de educación, se planea acabar con la voz de padres, alumnos y profesores para volver a que el director y el inspector puedan hacer y deshacer como cuando la letra entraba con sangre y dos hostias. Igual que se intenta que las supersticiones y el pensamiento irracional que aportan los curas, campe a sus anchas en las aulas de un país que nunca ha llegado a ser laico porque no le ha dado tiempo.
Estos nuevos viejos están consiguiendo la cuadratura del círculo: ser europeos para que nos roben y ser españoles para volver a alzar la pandereta y constituir el cortijo por el que se pasean sus señorías.
Y la guinda del pastel será cuando llegue el día de las votaciones, el de la marmota, y nos digan de nuevo que hay que votar esgrimiendo eslóganes de antaño, con partidos políticos que representarán lo que representaban aquellos que conoció mi abuelo, con sus mismos discursos. Y seremos los mismos tontos ilusionados que creeremos que, metiendo una papeleta en una urna, estaremos haciendo otra cosa distinta a echarle más madera a este viejo motor apestoso de máquina del tiempo cutre.
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Nunca imaginé que iba a acabar teniendo en común con mi abuelo un entorno de pobreza y hediondez reaccionaria. Y es por eso que vuelvo a los abuelos que, como el mío, tienen cosas que enseñarme.
Este es el caso de Neil Young que, en este último disco, se alía con otro joven obsesionado con entender el pasado como Jack White.
Ambos se hacen con una antigua cabina de grabación y desnudan las canciones del canadiense para ofrecernos, en ‘A Letter Home‘, un sonido añejo y sucio, con los picos del espectrómetro rezumando emoción por encima de cualquier producción plastificada y pop.
Se hace más que necesario revisar la historia para entender que existían soluciones a cuestiones totalmente actuales y que, puesto que los problemas que vivimos no tienen que ver solo con una crisis circunstancial, sino con múltiples crisis en muchos aspectos de la propia naturaleza humana, el ser radical se torna una necesidad.
Radical etimológicamente hablando, es decir, de ir a la raíz.
Las nuevas caras, los nuevos pelos, con discursos superficiales que ya conocemos, poco pueden aportar.
Las viejas caras con nostalgia del Régimen y del la calle es mía son un cáncer que ya ha hecho metástasis y muestra su cara más mortal sin tapujos.
Los viejos como mi abuelo me explican la historia para que yo actúe con conocimiento y sin miedo.
Los viejos como Neil Young se meten en la cabina y nos regalan sonidos antiguos para que comprendamos y no olvidemos.
Es el momento de que nosotros, jóvenes oyentes, nos preparemos para construir las historias y las canciones que mañana contaremos a nuestros nietos.
¿Te sabes aquella de cuando acabamos con los poderosos y demostramos que sólo el pueblo salva al pueblo? Sí; empieza en Sol Mayor.