“La discoexcusa”: Cómo desactivar la bomba

Durante el doctorado descubrí un concepto que no conocía y que me hizo replantearme algunas cosas: el adultocentrismo.

Aunque este descubrimiento tiene implicaciones mucho más sesudas e importantes, permítanme que les cuente que me ofreció explicaciones acerca de por qué me molestaba tanto ver una película protagonizada por niños o se me erizaba de horror el vello de la espalda al oír berrear a las mini aprendices de coplera que tan del agrado son de Canal Sur.

No me gustan los niños disfrazados de adultos. Como monitos de feria, se expresan sin más emoción que la que copian de sus poco emotivos mayores. No me gusta que los niños no sean niños.

Sin embargo un día vi en el cine Bal (Miel), una película turca dirigida por un tal Semih Kaplanoglu y protagonizada por un niño que, junto con La infancia de Iván (Andréi Tarkovski), cambiaron mi «no me gustan las películas protagonizadas por niños» por un más amable «no me gusta casi ninguna película protagonizada por niños».

Y en la música, tres cuartos de lo mismo. Es escuchar Guetto Reality, de Nancy Dupree y su coro de alumnos y se repara casi del todo el daño hecho por Raulito, María Isabel e incluso Rayito.

Papeletas con «p» de Prozac

Conversando hace unos días con unos compañeros de ideología afin, salió una referencia hacia el programa político de Podemos y la relación tan estrecha que tiene con el programa de Izquierda Unida o, más concretamente, con el programa del Partido Comunista Español cuando fue legalizado tras la dictadura.

La conversación fue el desahogo de todos unos meses escuchando las bondades del programa de Pablo Iglesias y lo mucho que hará para cambiar la realidad de todos los que nos acostamos bajo la bandera rojigualda, mientras nos mordíamos la lengua para no salir, cuando menos, tomados por fascistas.

Es curioso, pero es cierto que la realidad del estado español daría un vuelco si se aplicara punto por punto el programa de Podemos. Pero es que también si aplicáramos el programa de Izquierda Unida. ¡Y hasta el del Partido Popular! Pero claro, ese es el tema, que no se aplica ninguno y que, como se suele decir, prometer hasta meter y, una vez metido, olvidar lo prometido.

Las buenas intenciones son terreno abonado para mítines populistas que parecen obviar una cosa: el cambio ha de ser estructural y ha de venir, irremediablemente, de la base, es decir, de los movimientos sociales ajenos a un poder centralizado que nos representa con mando a distancia.

Y ocurre lo de siempre: el descontento hace que nos movilicemos ajenos a los poderes, nos organicemos como ciudadanos, como grupos humanos en solidaridad y apoyo mutuo, pero luego alguien se enciende a si mismo la bombilla de la representación y mete toda esta potencia social, prácticamente apartidista, en el embudo de las elecciones y de volver a hacernos creer que necesitamos que nos gobiernen, que somos demasiado estúpidos como para generar alternativas a la papeleta cada cuatro años y la representación.

Se aprovecha el empuje de lo social, de la calle, de la trinchera y, aunque sea con buenas intenciones, que no lo niego, se desactiva el poder revolucionario del pueblo, de esa misma calle, domesticándola y convirtiendo la bomba en fuegos artificiales con subvención del ayuntamiento en las fiestas patronales.

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Nancy Dupree era una profesora de un gueto de Nueva York, que militó en las filas de los Panteras Negras, música, escritora, cantante (con un toque a lo Nina Simone) que se tuvo que enfrentar con los poderes fácticos por sus métodos poco ortodoxos de enseñanza.

Cosas tan extremas como dejar que los niños canten sus ideas sobre libertad, identidad, vida cotidiana en el gueto, gustos musicales, héroes… No versiones de temas adultos, sino sus temas. Ella, desde su piano, ofrecía lo que tenía: sus teclas y su voz para acompañarlos en algunos temas.

Ella sabía, como sus alumnos, vehicular el latido de la calle, el orgullo de que no nos representen, la vibración del gueto.

En un sistema que convierte a revolucionarios en camisetas en un abrir y cerrar de ojos, desactivándolos, puede que sea hora de plantear no querer ser camiseta, sino desmantelar la fábrica que las diseña de una santa vez.

Emma Goldman planteaba que, si las elecciones sirvieran para algo, las ilegalizarían. Esto, como vemos, no ocurre, sino que se nos insta a votar insistentemente por uno y otros bandos.

Curiosamente, lo que si que se pretende ilegalizar es la protesta. Puede que esto les asuste más a los verdaderos garantes del capitalismo que las papeletas y la ilusión canalizada.

Redoblad las voces, pequeños. Golpead la tapa del piano. Que vayan oyendo acercarse, sin prisa pero sin pausa, la realidad del gueto.

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Melómano, bibliófago, cinéfilo, multiinstrumentista, anarquista, vegetariano y guitarrista de CdeFlecha. Pago por que me peguen y a veces doy yo también. No creo en dios e incluso me cuesta creer en el vodka porque es transparente, y mira que me gusta. Aprovecho los discos que escucho para hablar de lo que pienso. Aprovecho lo que pienso para entretenerme mientras voy a comprar discos.

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