No puedo dejar de llorar. Las lágrimas han nublado el día. Tengo el corazón helado y la piel erizada por el escalofrío que provoca la muerte de un ser querido. Nos ha dejado Pedro Zerolo.
Su recuerdo me revuelve las entrañas y me impide digerir cualquier pensamiento. Pedro era una de esas personas que se agarran al estómago y al corazón porque era buena de verdad. Pedro era bueno con todas las letras, sin matices, sin ambages. Guardaba ese halo invisible que envuelve a quien camina por la vida con el paso firme de la dignidad. No necesitaba esconderse. Siempre iba por delante, sin más bandera que los derechos que defendió hasta su último aliento. Un aliento que aún sentimos en nuestro corazón helado y piel erizada. Pedro no sólo era una referencia para millones de personas, él era una ellas. Era una de nosotras. Siempre a nuestro lado. Siempre al lado de la justicia social.
Pedro y yo no éramos amigos, pero nos conocíamos. Nos encontrábamos en lugares comunes, en horas de trabajo y manifestación. Siempre estaba ahí, con su enorme corazón. Un corazón que iluminaba todas las causas, desde las más reconocidas hasta las invisibles, porque las quería con todas sus fuerzas. Ese era Pedro. Ese era su corazón. El corazón de un guerrero de la vida hasta el final. Un corazón que ha dejado de latir pero que aún resuena en nuestro interior.
Pedro era un compañero más en el despacho y en la pancarta. Siempre en primera línea de la dignidad, en primera línea de la defensa de nuestros derechos. Los tuyos y los míos. Por la sanidad, por la educación, por el pueblo gitano, por la comunidad LGTBI, por las personas pobres y excluidas, Pedro siempre encontraba un hueco, porque las sentía propias. Las sentía suyas. Pedro, que sufrió en sus carnes la intolerancia más vil e inmunda, siempre encontraba hueco para estar con quien más lo necesitaba. Así era Pedro, con su voz alegre pero firme. Una voz que mantuvo a raya a quienes aún hoy nos quieren robar los derechos que tanto nos ha costado conquistar. Nos mantendremos firmes. Ese es tu legado que no muere.
No te veré este año en la manifestación contra la pobreza del 17 de octubre. No te veré, pero estarás. Siempre estarás a nuestro lado. Miraremos a nuestro alrededor y te veremos escondido entre la multitud, sonriendo. Tu sonrisa nos dará fuerza cuando más lo necesitemos. Porque así eras tú.
Ahora recuerdo un 8 de abril de hace 3 años, el Día Internacional del Pueblo Gitano, cuando nos encontramos en uno de los pasillos del Ateneo de Madrid. Nos vimos y me gritaste «¡Niñoooo, ¿qué tal estás?». Hoy ese niño está triste porque llora tu ausencia, encharcando el teclado que dibuja estas líneas.
Hasta siempre, Pedro. Hoy lloro tu pérdida, pero sé que mañana no, porque volveré a sentirte cerca al recordar tu sonrisa imperturbable. La sonrisa de un hombre bueno.
Fotografía: Casa de América ©