Gira, gira, gira

La Tierra tarda 23 horas, 56 minutos y cuatro segundos en dar un giro sobre su propio eje; a su vez, tarda 365 días en dar una vuelta completa alrededor de la órbita solar. Todo da vueltas, el Universo entero se mueve en lo que no me extrañaría que también fueran giros completos.

La primera definición del diccionario de la RAE acerca del verbo girar es la siguiente: Mover una figura o un objeto alrededor de un punto o un eje. Así pues, hay un momento, por muy largo que sea el giro, en el que se vuelve al punto inicial. The long and windy road para llegar a ninguna parte. No se lo digáis a Paul McCartney.

La situación política en España parece vivir en un constante giro. «La vida es una tómbola», cantaba Marisol; tal vez sí o tal vez no, pero lo que queda claro es que es una ruleta que no deja de girar pasando otra vez por el mismo sitio (de hecho pasa por todos los sitios muchas veces, pero se entiende), no importa el tiempo que le lleve, ni velocidad a la que se mueve. Siempre termina por llegar a la casilla de salida, como en el Monopoly.

Y España es una edición coleccionista.

Año 2015. Hace ya casi cuatro años que el PP llegó al Gobierno después de obtener una victoria incontestable: mayoría absoluta. Rajoy llegaba a la Moncloa tras dos intentonas aprovechando las aguas revueltas de un río llamado Crisis y una Europa que urgía a emprender duros recortes que los de Génova no tendrían problemas en realizar.

Y la ruleta empezó a girar, de un modo muy discreto.

Estallaron los casos de corrupción por doquier: los cajones de mierda se abrían uno tras otros sin parar. El PP trataba de achicar el agua de un barco que se iba a pique. Las encuestas empezaban a reflejar un descenso en picado de la intención de voto. El descontento era tal que ni siquiera el PSOE remontaba el vuelo.

Y llegaron las Elecciones Europeas. Y apareció Podemos con la fuerza de la indignación ciudadana. Y Pablo Iglesias se convirtió en el hombre del saco para los que él mismo llama casta; y éstos se cagaron en los pantalones. Por primera vez un partido alejado del bipartidismo se alzaba en el primer lugar en intención de voto. «Que se nos acaba el chiringuito», lloraban muchos por los pasillos del Senado, del Congreso, de las sedes de los partidos, en los ayuntamientos, diputaciones, CC.AA., fundaciones varias, cargos a dedo… el caos parecía inminente.

Y aparece Ciudadanos, un partido que pretende ocupar el centro derecha que tanto ha obviado en los últimos años el PP y cuyos votantes, cansados, escogerán a Rivera, símbolo de una centralidad renovada y con nuevos aires. Que sea verdad o no ya es otro asunto.

«Luis, sé fuerte», una frase que pasará a la historia y que oculta otra lectura: bien podría ser un mensaje que el propio Mariano se lanzaba a él mismo. ¿Kafkiano?  ¿Estúpido? Puede ser pero Rajoy sabía que los recortes, pese a ser criminales y tendenciosos, terminarían por arrojar unos números macroeconómicos con los que podría jugar a ser prestidigitador. Con suerte el giro podría completarse antes de tener que convocar de nuevo elecciones.

Ha tenido suerte. Los números macroeconómicos reflejan una mejoría notable en nuestra economía, cifras que no se reflejan en la calle o que ocultan una realidad que tratan por todos los medios de ocultar. Mariano ha conseguido lo que quería, aguantar hasta que la ruleta ha dado la vuelta completa y encarar los próximos comicios desde la casilla de salida: el paro ha bajado, el PP vuelve a ser primero en las encuestas.

La sociedad española adolece de memoria, o tal vez de inmovilismo crónico.  Volvemos a estar como en 2011, sólo que en una supuesta mejoría social y económica vendida desde el Gobierno cuando la realidad es que jamás viviremos mejor que hace un par de lustros. Pero eso nadie lo dice, y los pocos que se atreven a alzar la voz son tachados de tremendistas, apocalípticos o radicales (desde aquí mi apoyo a Santiago Niño-Becerra, quien pese a ser en ocasiones algo negativo hasta el momento se ha equivocado poco en sus predicciones); o estas con los que siguen las normas establecidas (¿las hemos votado, acaso?) o estamos contra el país. Qué pena.

Pero la gente no reacciona: mejor dicho, pocas personas le echan huevos al asunto. El resto poco o ningún interés pone en solucionar algo. ¿Cuesta? Por supuesto, y más que costaría si de verdad lo hiciésemos todos juntos. ¿Saldría bien? Pues no lo sabemos, pero la incertidumbre no puede ser un muero infranqueable. No podemos bajar los brazos, no podemos callarnos ante los canallas.

De lo contrario, ¿qué somos sino peonzas andantes, a las que nos dan la vuelta para dejarnos una y otra vez en un punto inicial en el cual no avanzamos mientras algunos manejan la cuerda con la que nos arrojan al suelo sin parar?

A vosotros sí que os digo: sed fuertes.

bluebird Comunicación
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