Hay en los partidos de unidad popular un desdén indisimulado hacia los partidos llamados “clásicos”. O “viejos”, un adjetivo aún con lecturas peores. Desde Podemos se defiende la homogeneización de PP Y PSOE y su incapacidad para gobernar sin saquear el patrimonio público. Clientelismo socialista o contabilidad B popular, intereses espurios, abusivos y perpetuados por una sociedad ciega y condicionada por un bipartidismo blindado desde aquella ya no tan célebre transición democrática.
El discurso de los partidos emergentes, avasallador y encendido, se ha ido moderando por necesidad. Los resultados no han sido un vuelco electoral revolucionario, sino una ascensión gradual que, sólo con el apoyo de los partidos de siempre, podrá conseguir alcaldías o presidencias autonómicas. El panorama no está para tirar flechas al enemigo, sino para sentarse a dialogar.
Entiendo la dialéctica de Podemos y de alguna manera la de Ciudadanos. No puede asaltarse el marco democrático con discursos blandos y continuistas. La paralización del Gobierno andaluz y las condiciones innegociables son parte de una estrategia de ruptura con el pasado. Abrir los ojos al “pueblo dormido”. Una epifanía que, viendo los resultados del domingo, no termina de llegar.
El pluralismo no es una carga, sino un desafío. No sólo para los partidos clásicos, también para los “modernos”. PP y PSOE tienen que aprender a pactar tras años de autismo democrático. Podemos y Ciudadanos tienen que aprender a pactar tras una campaña de desprecio a esos partidos con los que ahora se tendrán que sentar a discutir. Ya no hay populistas ni casta. Ahora hay un arcoíris electoral que exige un esfuerzo conciliador.
De ese esfuerzo, titánico y nuevo, saldrá beneficiada la sociedad. El PSOE necesita un viraje a la izquierda que sólo pactando con Podemos podrá conseguir. Lo mejor del PSOE está por venir, desempolvar la ideología que lo encumbró —más social, menos mercantilista, más plural, menos servil—, y emprender el camino del cambio. El PP necesita flexibilizar sus órganos de gestión. Es un partido blindado, frío y con restos de la política más caduca y trasnochada. Sólo Ciudadanos puede oxigenar la credibilidad de unas siglas demasiado ajadas por el liberalismo.
A su vez, tanto Pablo Iglesias como Albert Rivera podrán dotar de credibilidad a sus proyectos en una de sus principales tachas: la inexperiencia en el gobierno de las instituciones. Madrid, Barcelona, A Coruña o Cádiz pueden ser un ejemplo de solvencia y democracia de cara a las tan esperadas Generales.
Se equivocarían PP y PSOE en dar carta blanca a Podemos o Ciudadanos. La exigencia debe ser recíproca. Aquí no hay ni buenos ni malos y la indignación no debe hacernos parte de una turbamulta ávida de venganza. La situación sociopolítica es tan delicada, tan exigente, que sólo con la confluencia de todas las fuerzas políticas podremos mejorar las muy castigadas instituciones.
Pablo Iglesias decía ayer que en el PSOE hay gente muy válida. Ciudadanos piden al PP primarias para empezar a hablar. Se han relajado las posturas en busca del bien común. No queda otra. Si el pluralismo trae ideas en común, pactos de gobierno y un concepto de política al servicio de los ciudadanos, cada voto —sea del color que sea— habrá merecido la pena.
Fotografía: Nawal Al-Mashouq ©