Pensé en proponer que hablásemos de esto en un editorial, en otro editorial dedicado a que la justicia no es igual para todos, ni parecida. Pero para qué. No tiene sentido si —como decía Javier Lezaola— lo que quiero decir no puedo decirlo en un país en el que te meten en la cárcel por escribir canciones, bromear o ser poeta. En un país que no es Venezuela, sino España. Un país que colecciona presos políticos mientras sus ex mandatarios se reúnen, muy serios, para ayudar a la liberación de presos políticos en otros países que sí son Venezuela.
La hipocresía no tiene límites.
La desvergüenza tampoco.
Ni el asco que siento y que muchos sentimos desde que ayer nos almorzamos la buena nueva de que Iñaki Urdangarín, cuñado del rey, marido de Cristina de Borbón —sexta en la línea de sucesión al trono, hija del monarca que Franco nos legó y la Transición con endosó—, no entrará en la cárcel tras ser condenado a seis años por el caso Nóos. No sólo eso. Ni siquiera pagará (lo de pagará es un decir, claro) fianza. Nada. Absolutamente nada tras ser condenado por los delitos de prevaricación, malversación, fraude, tráfico de influencia y delitos fiscales.
Obsceno. Indecente. Bochornoso.
Tanto como para haber ocupado las calles ayer y volver a ser indignados y no indignos. Porque si no hacemos nada nos convertimos en cómplices, porque, a veces, hablar no sirve de nada. No, un tuit no sirve de nada. Un estado de Facebook no sirve de nada. Estas letras no sirven absolutamente de nada.
Y, además, las palabras están prohibidas en este país que no es Venezuela, sino España. Fijaos si lo están que no me he atrevido a titular como quería por miedo. Sí, parece que han conseguido que tengamos miedo a la calle, a la protesta, a la lucha… Han conseguido que pensemos que tuitear es activismo social.
Y así, con miedo, nos tienen en sus manos y hacen con nosotros lo que quieren. Que miremos hacia otros países mientras el ombligo del nuestro se llena de mierda. Que el rey, y sus familiares, vivan en una burbuja absolutista, por la gracia de dios y del dictador. Que no seamos capaces de organizarnos. Que ya, ni siquiera, seamos capaces de decir públicamente lo que pensamos.
Qué pena, España. Qué pena.
Fotografía: Pawel Pajak ©