«Preguntaría a los líderes cómo van a explicar a las futuras generaciones que en la Europa de los valores existió un lugar llamado Idomeni»

Esma Kucukalic es una periodista de origen bosnio especializada en los Balcanes y afincada en España desde el año 1992 cuando llegó junto con su madre y hermana como refugiada de la guerra de su país. A ella le gusta explicarlo parafraseando al escritor y periodista sarajevita Dario Dzamonja: «Nací en Sarajevo 1983 y en Sarajevo morí en 1992 cuando lo abandoné». Él continuaba diciendo que volvió a morir cuando dejó a sus hijas en EEUU una vez finalizó la guerra y que al volver a Sarajevo, intentaría vivir de lo que escribía. Finalmente murió por tercera vez en Sarajevo en el año 2001, mientras Esma intenta vivir de lo que escribe en España. Hoy se siente afortunada de poder contar con dos países a los que quiere por igual, menos en Eurovisión, que preferiría no ser de ninguno.

Vivimos la mayor crisis de refugiados en Europa desde la II Guerra Mundial ¿Qué se siente al abandonar el hogar?

Hasta que no pierdes tu casa no entiendes que el hogar lo es todo. Es tu familia, tus recuerdos, tu presente, tu referente, y en definitiva, tu realidad. Cuando eso se desvanece, y de una manera tan repentina y brutal como ocurre en las guerras, a uno no le queda más que su alma, y en el mejor de los casos, los que le acompañan en la huída, que de alguna manera son el motor para intentar recomponer los pedazos que han quedado.   

¿Echas de menos Sarajevo?

Todos los días. Cuando alguien no abandona voluntariamente su casa le persigue un mal llamado nostalgia. Vuelvo a Sarajevo con regularidad, menos de lo que me gustaría, pero después de la guerra, de las pérdidas, de los años, se produce un sentimiento de alienación por el que acabas siendo de ahí y de aquí, y sin ser de ninguna parte.

Alrededor de 13.000 personas, muchas de ellas mujeres y niñas y niños pequeños, continúan atrapadas en la frontera entre Grecia y Macedonia

¿Qué piensas al ver las imágenes de las miles de personas hombres, mujeres y niños hacinadas en campamentos de refugiados a las puertas de la UE?

Siento vergüenza como la mayoría de la ciudadanía europea y también inquietud por estar convirtiéndome en cómplice al no poder hacer nada. En mi país hay un dicho: «En la juventud como en la guerra siempre hay esperanza». A pesar del mar embravecido, del lodo, del cansancio y del hambre se vislumbra en esas personas la esperanza, y eso es un mecanismo de supervivencia que se activa en las guerras, y que hace que cualquier realidad se pueda superar, porque esperas que llegue un mañana mejor. Creo que por muchos alambres que se pongan a las personas refugiadas no serán suficientes para hacerles desfallecer en su intento por alcanzar Europa, porque el infierno del que huyen es mucho peor.   

 ¿Qué le dirías a los líderes europeos que acaban de firmar el Acuerdo con Turquía para la deportación de miles de personas potenciales solicitantes de asilo?

Los más de 200.000 muertos de la guerra de Bosnia, y los casi dos millones de desplazados son una enorme mancha negra en la historia reciente de Europa. La actual catástrofe humanitaria pone de manifiesto la crisis política en el seno de los Veintiocho, donde se ha visto que las políticas de asilo sólo funcionan sobre el papel. En pleno siglo XXI, grandes potencias se están repartiendo y decidiendo cómo deportar a seres humanos, pobres desamparados que están atrapados entre la guerra y el espino, para no hacer efectivos todos esos convenios de Derechos Humanos que han firmado. Les preguntaría a esos líderes cómo van a explicarle a las futuras generaciones que en la Europa de los valores existió un lugar llamado Idomeni.

España acogió en su territorio a unos 2.500 refugiados de Bosnia Herzegovina entre 1992 y 1994, mientras atravesaba la mayor crisis económica conocida en democracia y registraba casi dos puntos más de paro que en la actualidad

¿Vale hoy menos la vida de una persona refugiada que durante la guerra de los Balcanes? ¿Somos más inhumanos?

En el caso de los refugiados bosnios también se produjo un cierre de fronteras, y de una forma muy rápida además. Los refugiados que llegamos en el año 1992 a España lo hicimos gracias al enorme grado de empatía de la la sociedad española. Nuestra acogida corrió a cargo de personas particulares, no de gobiernos. Gente de a pie que se organizó en pequeñas cooperativas y que ofreció aquello que tenía para ayudarnos.  

Creo que la ciudadanía quiere ayudar en la crisis humanitaria que estamos viviendo en estos momentos. Hemos visto auténticos héroes en Lesbos, en Idomeni, movimientos de ciudades refugio dispuestas a acoger. Lo que no va parejo con el sentimiento y la voluntad de la ciudadanía es la política migratoria y de asilo de la UE que, bajo el eufemismo de “inmigrantes irregulares” ha dado portazo definitivo a los refugiados que están llegando a su territorio, pero también a los que ya están dentro, atrapados en lodazales esperando una solución.

¿Qué recuerdas de la Guerra de Bosnia?

Recuerdo cómo de la noche a la mañana una ciudad normal se transformó en un lugar sitiado sin comida en los mercados, y con una lluvia de morteros cayendo sobre los civiles. Recuerdo que tuve que dejar de ir a la escuela porque ardió en un bombardeo. También el miedo y la incredulidad por lo que estaba sucediendo. La huida, la fragmentación de mi familia, la pérdida de mi padre… y después de eso, la vida como refugiados. Lo tengo todo reflejado en un diario que escribí con apenas nueve años de edad y que hoy me sorprende por la madurez con la que relataba lo que estaba sucediendo. Son recuerdos que no se borran y que te demuestran que la guerra no tiene ningún lado bueno, es la antítesis de lo humano.

Hace pocos días veíamos las imágenes de aficionados del PSV Eindhoven humillando a mujeres rumanas en la Plaza Mayor de Madrid. Algunas personas reaccionaron. Otras guardaron silencio. La policía desalojó a las mujeres ¿No hemos aprendido la lección de nuestra Historia más reciente?

Estamos asistiendo a un auge de diferentes tipos de extremismos, al incremento del discurso del odio hacia los pobres, hacia las mujeres, hacia las minorías, religiones. Veíamos respecto de la crisis de refugiados como se les culpabilizó de violaciones. Creo que es una tendencia muy peligrosa que se dio justo antes de los episodios más negros de nuestra historia europea y que no deberíamos perder de vista.

¿Te gustaría volver alguna vez a casa o ya te sientes como en casa?

A pesar de que mi llegada a España fue por un motivo trágico como es una guerra, hoy puedo decir que soy una afortunada porque tengo dos hogares. No podría imaginarme ya mi vida sin este país donde he tenido la oportunidad de realizarme a nivel personal y profesional, y al que sólo puedo mostrar mi gratitud. Me encantan muchas cosas de España, pero en especial el sentido de humor y el carácter de su gente que sabe relativizar las desgracias y llevarlas así mejor. Creo que todos deberíamos aprender de ese carácter mediterráneo.

Creo que vienes de una familia de artistas, ¿Crees que el arte nos hará libres… alguna vez?

Mientras sea el arte y no el trabajo el que nos haga libres estamos en el buen camino. El arte libera sin ninguna duda porque permite elevarte por encima de las circunstancias y hacer que las limitaciones que te pone la realidad inmediata se puedan ver desde otra perspectiva, a vista de pájaro, haciendo que las mismas se puedan saltar. En los conflictos además, el arte es intuitivo, premonitorio, y la mejor de las denuncias. En el caso de Sarajevo, el papel de los artistas hizo que a pesar de las muertes, no se lograra matar el espíritu de la gente de esta ciudad. Hay muchas formas de condenar y denunciar pero no hay muchos Guernicas.

Por último, en Murray Magazine tenemos un director muy especial, Bill Murray. ¿A dónde le llevarías de Sarajevo?

En Sarajevo existe una leyenda urbana que cuenta que durante las Olimpiadas de Invierno de 1984, unos granujas le vendieron a un yanqui la Mezquita de Gazi Hurev Beg, uno de los monumentos más importantes de la ciudad. Estoy segura de que vuestro director no es de esos que cree que todo en la vida se puede comprar, y por eso me lo llevaría a uno de los miradores de Sarajevo para disfrutar de sus cautivadoras vistas.

bluebird Comunicación
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