20 de junio. Día Mundial del Refugiado. Europa vive su mayor crisis de migrantes y refugiados desde la II Guerra Mundial. Nos sentamos a charlar con Laura Galaup y Jesús Poveda, dos periodistas que se pusieron las botas el pasado invierno para acompañar a algunas de las miles de personas que se juegan la vida por llegar a Ítaca, la vieja Europa. Han regresado con los zapatos y el alma manchados de barro. Han encontrado muros en el camino, pero también flores entre los alambres de espino. Todo ello forma parte hoy de ‘The Mud Chronicles’. Les invitamos a quitarse las botas y tomarse un café con hielo en el sofá de Murray Magazine para contarnos su aventura ¿Nos calzamos sus botas?
¿Por qué ‘The Mud Chronicles’?
Jesús Poveda: Bueno, el nombre está en inglés porque este fenómeno sucede a nivel internacional y debe ser conocido por todo el mundo. Así que el idioma era importante. El invierno de los Balcanes es duro y una de las jornadas que más nos impactó fue aquella en la que cubrimos el recorrido de cinco kilómetros que tenían que recorrer andando familias enteras, bajo la lluvia y el frío, para llegar al primer campo de refugiados al sur de Serbia. Y todo eso sobre un camino de barro. Pocas comodidades…
Son ‘Crónicas de barro’. ¿Os han dejado huella?
Laura Galaup: Sin duda, sería imposible que no nos dejasen huella. Por un lado, porque hemos convivido con muchas familias. Recorrimos Serbia y parte de Croacia con las mismas personas, íbamos coincidiendo con ellos en todas las paradas, dormíamos con ellos en los autobuses y acabas relacionándote con ellos a nivel personal, más allá de las entrevistas que les hicimos previamente. Ellos nos preguntaban por nuestra vida personal y nosotros nos interesábamos por la suya. En muchos casos seguimos teniendo relación por Facebook. Y no sólo nos dejaron huella los demandantes de asilo, también las personas que trabajan con ellos. Nos encontramos a trabajadoras que se desvivían diariamente por echarles una mano, eran las únicas que ponían humanidad a la gestión inhumana de grandes instituciones y organizaciones ante esta crisis.
JP: Ser testigo directo de una crisis humanitaria no es fácil. Como periodista lo relativizas y reflexionas mucho, te preparas mentalmente antes de viajar, pero al llegar allí es inevitable que te sacuda como un derechazo a la barbilla. Nunca olvidaré a Othmane, un joven marroquí que sobrevivía en las calles de Belgrado cuando llegamos. Nos encontramos con él por segunda vez durante la segunda noche en la que trabajamos con Médicos Sin Fronteras allí. Estaba en la estación de tren, bastante cansado y hambriento porque no había podido comer nada. Y cuando consiguió un pequeño bocadillo, lo compartió con un compañero que pasaba por allí. Le preguntamos por qué había regalado su medio bocadillo si era lo único que iba a comer ese día, nos dijo que cuando él lo necesita también quiere a gente amable a su alrededor.
¿Os habéis manchado mucho las botas?
JP: ¡Vaya que sí! Y los pantalones y el abrigo… De hecho, por mucho que lavo las botas, siguen teniendo una mancha de barro en la puntera derecha. Creo que no se va a ir nunca (risas).
LG: Viajamos en febrero, era invierno, y nos sirvió para comprobar que las condiciones en las que viajaban los refugiados eran lamentables. La noche en la que recorrimos Serbia en autobús con ellos, no había calefacción. El bus estaba lleno de niños y muchos de ellos no pudieron dormir porque era muy difícil conciliar el sueño a esa temperatura.
¿Y el alma?
JP: El alma es lo que más. Pero más que manchar, yo creo que se nos ha impregnado de olores y sensaciones nuevas. Era la primera vez que viajaba a los Balcanes y a cubrir una historia como esta. He aprendido mucho de la gente y he recibido una lección de humildad y humanidad detrás de otra.

Habladnos un poco de la ruta que habéis cubierto ¿Muchas piedras en el camino?
JP: Tampoco tantas, sobre todo gracias a Laura, que es una todoterreno y nos salvó el culo en más de una ocasión. El principal escollo fue el idioma. No tanto en Belgrado, porque allí hablamos sobre todo con migrantes magrebíes que hablaban francés, y Laura también. Por eso fue relativamente sencillo. Sobre todo en comparación con la propia ruta, donde los que hablaban inglés eran sirios en su mayoría, mucho más que iraquíes o afganos con los que en muchas ocasiones teníamos que hablar por señas.
LG: La barrera del idioma nos daba mucha rabia… Las personas que nos encontramos por el camino estaban ansiosas por transmitir su experiencia, contar todas las barreras que se encontraron por el camino, la dureza de la ruta… Personalmente es lo que más me costaba, aceptar que en muchos casos a pesar de que tanto ellos como nosotros queríamos comunicarnos, no era posible.
¿Os tendieron algún puente?
JP: Sí, por supuesto. Con todo esto hemos aprendido que se puede llegar a cualquier sitio si la gente es bienintencionada y amable. Desde voluntarios que nos prestaron su casa para dormir y nos llevaron en su coche a los campos de refugiados, pasando por un taxista que sólo sabía croata o alemán y que llamó a su hijo que sabía hablar inglés para poder comunicarse con nosotros, hasta una jefa de estación de ferrocarril que nos hizo de traductora para llamar a un taxi que nos cruzara la frontera para poder coger el avión de vuelta a España. Toda una aventura con muchos puentes, sin duda.

Las fotografías son un retrato del desarraigo que sufren las personas refugiadas ¿Tienen un enfoque de denuncia o son un mero retrato de la realidad?
JP: Yo soy un firme defensor de la fotografía como método documental por excelencia. Por tanto, son un retrato de la realidad, Pero no creo que eso sea incompatible con el enfoque de denuncia. Cuando un o una fotoperiodista dispara, sabe perfectamente cuál es el sujeto que está fotografiando y tiene una intención al realizar las fotos. Tanto si fotografías la salida de un juicio en la Audiencia Nacional como si lo que inmortalizas es el paso de los refugiados por un camino de barro. Luego, además, cada uno puede extraer los valores que más identifique en cada fotografía, pero éstas siempre tienen una intención. Si no lo hiciéramos así, seríamos máquinas o unos cínicos. La fotografía documental representa mejor que ninguna disciplina los valores de objetividad y honestidad que deben guiar a todo periodista, pero la intencionalidad también.
LG: Jesús ha sido el que ha conseguido esas fotos que reflejan la dureza de la ruta de los Balcanes, cualquier imagen de ese recorrido es una foto de denuncia.
¿Habéis encontrado alguna flor en las alambradas de espino?
JP: Hemos visto alambradas de espino, que es algo que parece un cuento, una exageración cuando lo escuchas por la radio o lo lees en los periódicos. Pero es tan cierto como la propia vida. Para mí, las mejores flores han sido los voluntarios y voluntarias, trabajadores y trabajadoras que nos hemos cruzado en el camino haciendo un curro tan intenso durante estos meses que dejaron sus vidas completamente de lado.

¿Próximos proyectos? ¿Os seguiréis manchando las botas en el barro?
JP: Yo estoy deseando. Estos proyectos no suelen ser rentables, así que vamos a necesitar algo de ayuda, Hay cositas, como se suele decir, pero aún está todo por decidir.
LG: Sin duda, queremos mover la exposición por ciudades, a ver si conseguimos exponer en varios sitios. Y nos encantaría volver a cubrir el tema de refugiados, porque desde que volvimos a España la situación no ha hecho más que empeorar.