Ayer por la noche no podía dormir. Las bombas caían sobre Gaza y en un momento miré a través de mi propia ventana y pensé “¿te imaginas que fuera aquí?”. No, ni siquiera soy capaz de imaginarlo. Cómo voy a imaginarlo si el sonido que me llegaba a través del ordenador ya me aterrorizaba.
Estuve durante horas pegada a la cuenta de Twitter de @Farah_Gazan, palestina, 16 años y unos enormes ojos azules que ya han visto demasiado terror. Hace unas semanas tuiteaba fotos de sus pies desnudos sobre la hierba o de las magdalenas con las que reponía fuerzas en época de exámenes. Anoche todo eran bombas, drones, humo, ambulancias… Miedo.
Recordé, cómo no hacerlo, a otra jovencita que también nos contó el horror, Ana Frank, y me pareció terriblemente macabra la situación. Los mismos que sufrieron el Holocausto, ahora utilizan métodos nazis para exterminar a otro pueblo. ¿Por qué? No sé si existe un porqué, pero sé que el ser humano, a veces, puede ser muy siniestro.
Tuve la sensación de estar asistiendo a la retransmisión en directo de un genocidio sin poder hacer absolutamente nada. Me sentí pequeña, inútil y cómplice. Vivo en un maldito país cuyo gobierno vende armas a Israel, las mismas que atemorizan a @Farah_Gazan y matan a sus vecinos.
Hace un rato me he despertado y, sin salir de la cama, he entrado en Twitter. Quería saber que @Farah_Gazan estaba bien, quería leer que el brutal ataque de ayer ya había cesado. Pero no. Cuando despertó el genocidio todavía estaba allí.
La ilustración que acompaña a este artículo es de Facundo Mascaraque.
Pues a mí pasa igual, no puedo dormir y he recurrido a tomar alguna que otra pastilla para dormir. Me quitan el sueño los judíos que ocupan Palestina y masacran a los palestinos, y me quita el sueño que los palestinos no tienen esperanza, que todo el mundo les ha vuelto la espalda y apoya a la imponente maquina asesina de la que disponen los judíos. Me da tanta vergüenza de que Europa se haya reducido a un lacayo menor de los EEUU que mi cerebro entra en bucle sin fin y se obsesiona, como si yo fuera el que tiene o puede dar una solución.
Al final nos encontraremos con un genocidio de los dignos Palestinos del que seremos contemporáneos y no supimos o pudimos hacer nada para evitarlo, y reconoceremos la suerte de que por esta vez no nos haya tocado a nosotros.