Parece que el escándalo político de ayer fue el descubrimiento de más movimientos de dinero público para satisfacer intereses privados, aunque esa privacidad afecte a empleadas públicas. Podríamos pensar que el riesgo de destrucción de la flora y fauna canaria, los dos millones y medio de niños que viven por debajo del umbral de la pobreza en España o la caída en prisión de un antiguo sindicato de trabajadores, serían titulares más que convincentes de empezar las reformas que exige, no este país en manos de banqueros y políticos a sueldo, si no las personas que siguen viviendo sobre la piel de toro (y muchas fuera de ella).
Los poderes políticos, que reciben un sueldo procedente de los presupuestos generales del Estado, han encontrado otro filón para distraer la atención del personal. Tenga usted claro que ya no se hablará de lo arriba mencionado, solo habrá focos –injustos, a decir verdad– para uno. Willy Meyer ha hecho lo que cualquiera, en su situación, haría si se enterara de que una empresa con un perfil moral bastante bajo administra sus ahorros para la jubilación. Y mucho más, si la información le llega por el canal al que le llega todo el mundo, o sea, un medio de información. Y espera que le respetemos por ello.
Pero, desgraciadamente para él, como para Elena Valenciano y Miguel Arias, ambas salpicadas públicamente por este ligero entremés del mundo de la política, ya no es una persona normal. No es normal, como usted o como yo, que no podemos contar con que nuestro sueldo nos sea pagado por anticipado, aún sin saber si el trabajo realizado merecerá la retribución. Y exactamente no es una persona normal, sino un representante político, desde que asumió su puesto en el Europarlamento, allá por 2004, y se debe a usted y a mí, aunque nunca le hayamos votado. Y me pregunto todavía qué persona normal renuncia a su dinero sin pelear.
Pero ni siquiera entonces, cuando no se preocupó demasiado sobre quién administraba su futuro, ni cuando se preguntaba formalmente en la cámara por la presencia de sociedades opacas en los cuadros presupuestarios de la Eurocámara, nadie iba a levantar la liebre y poner en peligro sus recién adquiridos chollos, es decir, la solución de sus problemas terrenales en base a la confianza de unos cuantos millones de votantes.
Ha tenido que ser un modesto, pero pujante medio independiente, como infoLibre, quien ha tenido que, de nuevo, sacar a la luz los trapos sucios de la política, dando una lección a los llamados “medios de comunicación”. Y, actuando como la bomba política que es una noticia, ha creado el silencio expectante que precede a la tormenta. Willy Meyer solo hace lo que le enseñaron o ha aprendido: tomar la iniciativa. O algo.
Pasemos por encima del hecho que, durante mucho tiempo, todas las personas implicadas ocultaran su conocimiento de esto deliberadamente para evitar el debate de la gestión del dinero público. Pasemos también por encima la trayectoria del partido político en cuestión, más acostumbrado a pactar con fuerzas políticas contrarias antes que alcanzar un acuerdo interno. Pasemos por alto que este problema no es exclusivo de IU ni de Willy Meyer, y que el silencio del resto de las personas e instituciones implicadas es bien elocuente de sus intenciones.
Yo quiero quedarme con algunas reacciones de las bases del partido, que piden, entre espumarajos de rabia, la dimisión del político –aún sabiendo que en España no está bien visto abandonar el barco, ni siquiera cuando se hunde–. Porque, a fin de cuentas, ya que han permitido que este señor se convirtiera en un animal político, ajeno a la realidad para centrarse en la contienda parlamentaria, lo menos que se puede hacer es usarle. Pero bien.
En vez de solamente admitir su pertenencia al entramado que da de comer a un tipo de empresa que se lleva muy bien con el capitalismo sumergido, y asumir la pérdida del dinero ingresado en ella –dinero que no es suyo, sino pagado por todas nosotras–, Willy Meyer debería haber iniciado una cruzada personal para terminar con las Sicav, empezando por denunciar a la Eurocámara por su complicidad en esta estafa y a sus compañeras de delito, Valenciano y Arias Cañete.
Quizá así, su carrera política tendría algo de sentido, al servicio de la ciudadanía y no de sus intereses particulares. Lo que le queda de carrera, entendámonos.
Pero no se preocupen ustedes si esto es muy enrevesado para su conciencia. Al fin y al cabo, ustedes solamente son el pueblo soberano. Pronto habrá otra noticia bomba que les hará olvidar. Olvidar, y disfrutar en este amable espectáculo. Ya casi puedo oír las palabras mágicas: Willkommen auf Kabarett.
No se lamenten si llegaron con la función empezada: tarde o temprano, se repite. Y no miren mucho a Helga, la orquesta es más hermosa.