La historia está llena de símbolos trágicos. Pasado el tiempo, descubrimos que algunos de ellos no fueron en vano, que sirvieron para remover una conciencia, y después otra, y otra, y otra… hasta remover los cimientos de la civilización que supuestamente somos. Otros se quedaron en eso, en imagen de la tragedia. Como si la injusticia les persiguiera más allá de la muerte.
Hace un año, el 2 de septiembre de 2015, Aylan Kurdi, un niño sirio de tres años, apareció ahogado en la orilla de una playa turca. Hoy se cumple el primer aniversario de aquella fotografía que marcó el fin de su inocencia. Y de la nuestra.
Las movilizaciones no se hicieron esperar. Durante esa jornada, y las siguientes, parecía que el poder del pueblo iba a presionar, de una maldita vez, a los gobiernos para solucionar la crisis de los refugiados.
Pero nos olvidamos de su camiseta roja, de su pantalón azul, de las lágrimas de su padre, de sus ilusiones, de sus sueños, de sus juegos recién empezados… Nos enfriamos… Nos perdimos en debates estériles que miraban el dedo y no la luna… Y Aylan desapareció de nuestra conciencia. Sin más.
Y llegó el pacto de la vergUEnza con el que terminamos de abandonar a aquel niño que nos hizo abrir los ojos y luchar, convirtiéndolo en uno de esos símbolos trágicos sin posibilidad de cambio.
Fotografía: Frank C. Müller ©